Desde La Habana

Las alturas reales

Los cambios, la modernización de la sociedad, el fogonazo de luz que necesita la isla de Cuba han entrado este año en la etapa final de su viaje. Un camino con un itinerario definido, lento, trabajoso, acosado por peligros y emboscadas, pero negado al retroceso y a la marcha atrás.

Contra lo que predecían cubanólogos y los sabios de café con leche, este proceso no se produjo por la voluntad de los grupos encaramados en el poder. Ellos llevan 51 años dedicados a la estúpida tarea de arruinar el país y entregados a venerar a José Stalin mediante una exquisita aplicación caribeña de sus métodos represivos.

Los pasos de este nuevo espacio abierto hacia la libertad no se deben a que los ancianos gobernantes, impávidos y ambiciosos, escucharan consejos, dialogaran y entendieran la necesidad de sacar a la nación del pasado. Al contrario, desde el puente de mando de su canoa encallada responden todavía con insultos y bravuconerías a quienes pretenden -por intereses comerciales, afinidades ideológicas, oportunismos o buenas intenciones- sentarlos a enfrentar la realidad.

Cuba está ahora en este punto esperanzador y complejo de su evolución gracias a un trabajo y una batalla que se desarrolla en otros dominios. Allá adentro, en las alturas de las zonas marginadas y pobres, en las franjas de soberanía que ha conquistado la oposición pacífica.

Ha sido por esa labor silenciosa y dura de resistencia de los pequeños grupos de la disidencia. Aislados y perseguidos por la policía y por el fuego diario de la propaganda. Gente que lleva más de veinte años frente a la dictadura.

A esta hora la han convocado los presos políticos, a quienes no han podido callar ni siquiera en las celdas de castigo de las 300 prisiones del país. Las Damas de Blanco con sus oraciones en la iglesia de Santa Rita y sus caminatas por la Quinta Avenida bajo las golpizas y los linchamientos verbales de las brigadas de respuesta rápida y la policía.

El momento que se vive hoy se debe a la muerte del albañil y fontanero Orlando Zapata Tamayo, después de una huelga de hambre de 86 días. Se debe a quienes entregan su juventud, el tiempo de su única vida, en las calles crispadas y en los calabozos.

Los generales empecinados no quieren cambiar nada. Quieren cómplices que le compren pintura dorada para sus estrellas oxidadas.

Los cambios en Cuba son una necesidad de los ciudadanos. Por eso vienen desde allá abajo. Es decir, desde allá arriba.

Raúl Rivero

Foto: Carlos Serpa Maceira. Sin incidentes, Damas de Blanco caminan por la Quinta Avenida de

Miramar, en La Habana, el domingo 16 de mayo.

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