Desde La Habana

La Sonora Matancera, Fidel Castro y la música cubana

Hace 55 años, el 15 de julio de 1960, la Sonora Matancera, salía del aeropuerto de La Habana rumbo a México. Los integrantes de la orquesta fundada en Matanzas en 1924, pensaban que viajaban a cumplir un nuevo contrato en el país donde ya en otras ocasiones habían actuado y tenían muchos seguidores.

El director, Rogelio Martínez, no les dijo que era un viaje sin regreso. Nunca más, ni él ni los músicos, regresaron a Cuba.

Ante la encrucijada de convertirse en una agrupación controlada por el llamado Gobierno Revolucionario y no poder seguir siendo la orquesta libre y competitiva que hasta ese momento habían sido, Martínez decidió que la Sonora Matancera se marchara antes de que las cosas se pusieran peor en una isla dirigida por unos barbudos que ya en 1960 habían encarcelado y fusilados a unos cuantos cubanos tildados de ‘contrarrevolucionarios’.

De haberse quedado en Cuba, la Sonora Matancera no solo hubiera sido una orquesta más, si no sus músicos hubieran tenido que evaluarse anualmente y sus sueldos regulados por tarifas, según el número de actuaciones. Sus miembros obligados a ser milicianos, pertenecer a un sindicato único, ir a trabajos voluntarios, hacer guardia en su centro laboral y en el CDR, informar al ‘seguroso’ que los atendiera y delatar a familiares, compañeros y amigos.

Si cumplían los planes mensuales de la empresa, a lo mejor los ‘estimulaban’ con un viaje a la Unión Soviética, Bulgaria, Checoslovaquia o Polonia. Y los ‘destacados’ tendrían derecho a solicitar un televisor o un ventilador ruso o una semana en una de las casas que el Plan CTC tenía en la playa de Guanabo.

De los grandes músicos que se quedaron en Cuba (Sindo Garay, Miguel Matamoros, María Teresa Vera y Bola de Nieve, entre otros), por su edad o por su salud, no ‘disfrutaron’ demasiado del ‘paraíso socialista’. Más de uno fue olvidado y murió pobre y alcoholizado, como Carlos Embale, en 1997. Otros se ganaron la lotería: ya en la tercera edad, Compay Segundo, Omara Portuondo, Rubén González, Ibrahim Ferrer y Pío Leyva, fueron descubiertos por el guitarrista californiano Ry Cooder. Había nacido el Buena Vista Social Club.

En una entrevista titulada Dos destinos: Tania Quintero e Ibrahim Ferrer, realizada por el periodista suizo Ruedi Leuthold y publicada en 1999 en la revista Encuentro de la Cultura Cubana, se cuenta la siguiente anécdota:

-Si alguien hacía una pregunta política, sobre Fidel Castro, el socialismo o el embargo americano, entonces Ibrahim tosía y decía: «¿Qué? ¿Qué ha dicho?» y llamaba a su sobrino. El sobrino venía, se reía y suspiraba: «Ay, el viejo, ya no las tiene todas consigo, a sus 72 añitos, ni siquiera oye bien», con lo que la cosa quedaba resuelta. Pero ahora la historia era cómo Juan de Marcos llegó y le dijo a Ferrer: «Está aquí ese americano, Ry Cooder».

-Yo no tenía ni idea de quién era ese tipo que quería grabar un poquito con algunos músicos viejos, porque unos africanos que tenían que haber venido a La Habana se habían quedado colgados en París y ya estaba alquilado el estudio. Yo digo: «No, no quiero, ya hace mucho que estoy fuera», y Juan de Marcos me dice: «Ibrahim, hay cincuenta fulas, cincuenta dólares». Presto atención y digo: «¿Por qué no lo has dicho antes?».

-Chico, eso era mi pensión de seis meses. Así que voy al estudio, tarareo una cosita, también está allí el pianista Rubén González, Compay Segundo y Omara Portuondo. Lo que cantamos gusta, y al parecer gente desconocida en continentes lejanos compra como loca la música, y unos meses después llega uno y me dice: «Necesito tu firma, vamos a hacerte un pasaporte». Y desde entonces he viajado a 57 países con la orquesta, he cantado en el Carnegie Hall de Nueva York y el Olympia de París. ¿No es un cuento de hadas?». (Ibrahim Ferrer murió en La Habana el 6 de agosto de 2005).

Por supuesto, desde el mismo 1959, el régimen contó con un piquete de artistas y músicos incondicionales, unos más brillantes que otros. No los critico, cada persona aplaude y sigue a la gente de su preferencia. Lo triste y doloroso es que con el pretexto de la construcción de una sociedad perfecta, donde se formaría un ‘hombre nuevo’ y el dinero dejaría de existir, en Cuba se han violado los derechos humanos y las libertades de expresión, información y asociación. Y se trató de anular la creatividad individual.

En los primeros años de la revolución, infinidad de músicos decidieron irse: Ernesto Lecuona, Bebo Valdés, Olga Guillot, Rolando Laserie… También es extensa la lista de aquéllos que llevaban años fuera y no quisieron volver a su patria. Otros, pese a haber sido reprimidos, decidieron arriesgarse y visitar a su familia en su pueblo, como hizo Ela O’Farrill, fallecida en 2014 en su exilio mexicano.

Desde siempre, los intérpretes, compositores y músicos cubanos recorrieron el mundo y por sí mismos firmaban o no contratos y se radicaban temporal o definitivamente en Estados Unidos, Europa, América Latina o el Caribe. No se marchaban por problemas políticos o raciales, como en su época hicieron las estadounidenses Josephine Baker (1906-1975) y Nina Simone (1933-2003).

Antes de 1959, los músicos cubanos se iban por motivos profesionales, económicos y personales. Después, porque se dieron cuenta que el castrismo era un sistema represivo y totalitario.

Es cierto que la confrontación de Fidel Castro con Estados Unidos y la implementación del embargo en 1962 aisló aún más a la Isla. Pero la música cubana perdió gran parte de su esplendor por las descabelladas y autoritarias políticas de los grises comisarios que durante demasiado tiempo dirigieron -y aún dirigen- la cultura en Cuba.

Un tremendo error (con ministros de educación como Armando Hart poco se podía esperar), fue la eliminación de las clases de música en la enseñanza primaria y secundaria. En todos los municipios había academias y conservatorios de música, públicos o privados. Y desde Pinar del Río hasta Guantánamo, quienes lo desearan o tuvieran aptitud, podían recibir clases de canto, piano, guitarra, percusión, trompeta, saxofón u otro instrumentos con alguno de los cientos de profesores particulares de música existentes en el país.

El mejunje ideológico surgido en 1961-62, con la creación de las ORI (Organizaciones Revolucionarias Integradas) primero, y después con el PURSC (Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba) y del cual en 1965 surgiera el PCC (Partido Comunista de Cuba), contribuyó a la eliminación de las tradicionales academias y conservatorios de música y dio paso a la creación de instituciones estatales de arte o música en la capital y provincias.

Por suerte, los controles del Estado no impidieron el surgimiento de talentos en la música y el arte en general, aunque no tantos si no hubieran existido las barreras impuestas por unos gobernantes que no se han distinguido por su nivel intelectual y cultural.

Por el contrario, Fidel Castro y su régimen plagado de militares, impusieron la ‘cultura’ de la guerra y de la confrontación contra Estados Unidos y el ‘imperialismo yanqui’. Y se generalizó la gritería, la vulgaridad y el lenguaje machista. Basta escuchar las letras de muchas de las canciones que hoy se cantan y bailan en Cuba.

Tania Quintero

Foto: Celia Cruz (La Habana 1925-Nueva Jersey 2003) fue la voz femenina más conocida que tuvo la Sonora Matancera. La otra fue la puertorriqueña Myrta Silva (Puerto Rico 1927-1987).

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