Desde La Habana

La rebelión del Cardenal

Nadie contaba con él. Era un personaje cómodo para los mandarines políticos. El Cardenal Jaime Ortega Alamino, Arzobispo de La Habana, acaba de salir de la parroquia.

En todos los años de la aguda crisis económica, social y política que ha vivido y vive Cuba, Ortega pocas veces se pronunció. Se pasaba con ficha. Muchos practicantes de la fe católica, salían decepcionados de la iglesia cuando el Cardenal oficiaba misa. Porque nada decía.

Nunca alzaba su voz en nombre de los inconformes. No se pronunció sobre la muerte del disidente Orlando Zapata. Le daba la espalda a la oposición cubana. Sus lentes, al parecer, tenían otra graduación. La realidad de la isla la captaba con un prisma diferente.

Puede que haya llegado la hora. Acaso sus últimas reflexiones críticas sobre el estado de cosas en la república, marque el inicio de un papel más activo de la iglesia católica cubana. Puede que no. Que sólo sea marcar la tarjeta y decir unas palabras puntuales, para no pasar inadvertido y acaparar cintillos en los grandes medios.

En mi opinión, Jaime Ortega es el representante de la alta jerarquía del catolicismo en América Latina menos comprometido con los males que aquejan a su pueblo. Mientras figuras eclesiásticas de la isla se pronunciaban por el respeto a ciertos derechos inalienables y un cambo de política del gobierno de los Castro, Ortega mantenía silencio.

Su labor mediadora ante las Damas de Blanco debiera ir más allá de cumplir una petición expresa del gobierno. Quizás de una vez y por todas asuma el papel que ha esquivado desempeñar: el de un actor importante en la vida social de su patria.

Estamos en un momento crucial del futuro de Cuba. Definitivamente, el Cardenal debiera mirar a la Polonia de los años 70 y 80.

Recordar el protagonismo de un arzobispo de Cracovia llamado Karol Wojtyla. Repasar el papel desempeñado por la iglesia católica en la transición polaca. Jaime Ortega puede y debe ser un puente firme de diálogo entre dos partes con tendencia al discurso emocional y los monólogos apocalípticos.

La mejor señal de aceptación por su reciente actuación en esta primavera del 2010, la escuché en la calle.  “Al fin el Cardenal se quitó la toga y se puso los pantalones”, comentó un vendedor de libros, no muy lejos del Arzobispado de La Habana, en la parte vieja de la ciudad.

Una autoridad como él no debe hablar sólo en nombre de Dios. También erigirse en la voz de quienes no la tienen. Enhorabuena, Cardenal.

Iván García

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