Desde La Habana

La odisea del 4 de junio de 1994

La odisea del 4 de junio de 1994

Vista aérea de la Bahía de Mariel

Del 5 al 21 de febrero, en los blogs de Tania Quintero e Iván García se publicará un testimonio inédito de Juan Felipe Cuquerella (La Habana, 1959), uno de los 64 cubanos que el 4 de junio de 1994 decidieron escapar de Cuba por la Bahía de Mariel en una embarcación arenera. A continuación, un fragmento del emocionante relato escrito por Juan Felipe, quien hoy reside en Miami con su esposa y dos hijas, también testigos de aquella increíble aventura.

A una media milla de la salida de la bahía, los reflectores de las garitas de guardafronteras nos alumbraron. Bajamos más la velocidad e hicimos como si estuviéramos maniobrando para pegarnos a su muelle. Dos marineros, junto a Portuondo, salieron a cubierta, a preparar los cabos como si fueran a amarrar el barco cuando se pegara al Muelle de Capitanía. Como seguíamos alumbrados desde lejos por los reflectores, Portuondo le dió indicaciones a los marineros, para que tomaran sus posiciones en la cubierta junto a las bitas y de esa forma despistar a los guardias de las garita. Bajamos la velocidad, el barco, con un desplazamiento lento, se va acercando cada vez más,. Nos siguen alumbrando, pero creen que es una maniobra rutinaria, que nos vamos a quedar allí. Nuestros corazones laten aceleradamente, la respiración se agita. Seguimos de pie, cada uno en su puesto, esperando el momento de la colisión, que se acercaba. O seguimos o paramos.

“Tres cuartos de máquina adelante”, grita con voz autoritaria Mario, el patrón de la nave. Las manos robustas de hombre de mar de Andrés, empujaron sin misericordia los dos aceleradores del barco. Las máquinas, con sonido de trueno, dominaron aquel perezoso que apenas estaba sin movimiento. Dos chorros enormes de agua brotaron de las propelas, formando un manto de espuma en el mar como el velo que una novia tira al viento. Los AK-47 de las dos postas de guardafronteras empezaron a cantar sus melodías. Mientras soltaban al aire los proyectiles de sus cargadores, a través de altoparlantes nos dieron la orden de detener la embarcación.

Estábamos a unos 400 pies de la salida de la bahía, el Muelle de Capitanía iba quedando atrás, las garitas apenas se percibían, salvo las luces de sus reflectores. Ya se podía ver cómo se abría el litoral. El ruido de las ráfagas de los AK-47 proveniente de las garitas se escuchaban a lo lejos, cuando de pronto aparecieron dos lanchas rápidas pequeñas, demasiado rápidas, con tres o cuatro guardias en cada una y quienes con sus AK-47 le tiraban al puente del barco, al tiempo que nos decían que no nos íbamos a escapar a ninguna parte. Todo esto acompañado de consignas marxistas y revolucionarias, mientras el arenero, metro a metro, iba ganando mar adentro, escurriéndose entre la oscura e inhóspita noche lluviosa.

Foto: Vista aérea de la Bahía de Mariel.

Salir de la versión móvil