Desde La Habana

La nueva política de Obama hacia Cuba podría marcar el fin de la autocracia verde olivo

Creo entender el descontento de un sector importante de los cubanos en el exilio y dentro de la disidencia interna.

El 17 de noviembre, justo un mes antes del trascendental giro diplomático entre Cuba y Estados Unidos, charlaba en Brickell, Miami, con un señor que me explicaba sus razones para odiar a los hermanos Castro. Ese día, una fina lluvia caía sobre Miami. El frío cortante no era la bienvenida que uno espera recibir en la pujante ciudad del sol.

El hombre había perdido mucho. En 1959, su padre fue fusilado en un juicio sumario en la Fortaleza de La Cabaña por orden de Ernesto Che Guevara. Su ‘delito’, haber sido oficial de la policía de Batista.

“No había cometido ningún crimen. No torturó a ningún miembro del Movimiento 26 de Julio. Fue fusilado solo por revancha política y odio del gobierno revolucionario de Fidel Castro. Luego fusilaron a un tío mío que estuvo alzado en el Escambray. Y muchos amigos y parientes estuvieron presos, en condiciones infrahumanas, solo por pensar diferente”, rememoraba con lágrimas en los ojos.

En uno de los pabellones de la Feria Internacional del Libro de Miami, Héctor Carrillo, productor de Radio Martí, me contó que su padre, arquitecto notable, perdió todas sus propiedades y una noche de otoño murió lejos de la patria que lo vio nacer.

Su ‘pecado’, haber creado riquezas y diseñado espacios arquitectónicos que una vez hicieron de La Habana una ciudad cosmopolita. Carrillo nació en Estados Unidos, pero se siente cubano. Come frijoles negros y toma café al estilo criollo.

El crítico de cine Alejandro Ríos, un emigrado más reciente, que probablemente no perdió a ningún familiar en un paredón de fusilamiento o una ergástula castrista, también tiene sus demonios a cuestas. Creció y se hizo hombre en un barrio habanero, desayunando café sin leche y con una madre que zurcía los calcetines viejos de su padre para que sus hermanos fueran a la escuela.

A diferencia de los anteriores compatriotas, Juan Juan Almeida creció como un bon vivant verde olivo. Comodidades y diversión a su alcance. Cuando en los años 90, la gente sufría desnutrición y apagones de 12 horas diarias, los parientes de la nomenclatura, entre la que se encontraba el padre de Almeida, seguían tomando whisky escocés, acostándose con prostitutas de lujo y pescando en yates. Eso no impedió que Juan Juan sufriera el despotismo de Raúl Castro.

Cuatro generaciones que han llegado a la disensión contra los Castro por caminos diferentes. Y con narrativas diferentes, apuestan por un futuro democrático para Cuba.

Lo más importante no es cuál criterio debe prevalecer. En estos 56 años, todos, de una forma u otra, hemos perdido algo. Desde nuestra condición de hombres libres a la irrelevancia ciudadana.

Nunca el gobierno nos pidió permiso a la hora de trazar sus descabelladas políticas. Siempre debimos aceptar, sin chistar, sus estrategias. Escuelas al campo, guerras africanas, linchamientos verbales hacia las personas que se marchaban de Cuba y campañas sistemáticas contra los ‘enemigos del pueblo’: nada más y nada menos que diez administraciones de la Casa Blanca.

Pregúntele a cualquier cubano si no aplaudió las promesas e ilusiones de un tramposo. Y si no se siente engañado.

Las nuevas políticas del presidente Obama no van cambiar la mentalidad rabiosamente totalitaria de la camada de ancianos que rigen nuestros destinos. Pero tiene varios Caballos de Troya.

Estados Unidos necesitaba quitarse ese lastre pesado y contraproducente de su política exterior. En el mundo suelen pedirle que los rediman o apoyen en su cruzada por la democracia.

Estados Unidos ha sido, y es, un paradigma de libertades. Los generales mambises de la guerra de independencia solicitaron la ayuda estadounidense para librarse del colonialismo español.

Estados Unidos piensa y actúa según sus intereses geopolíticos. Va a seguir apostando por la democracia y el respeto de los derechos humanos en el planeta, pero atrás quedó la etapa de las cañoneras o de instaurar sátrapas a conveniencia de Washington.

Las nuevas reglas de juego abren un abanico de opciones formidables para la disidencia en la isla. Que pueden ser aprovechadas. Ya el régimen no tiene a mano el pretexto de país acosado.

Llegó la hora de que la oposición cubana pase a la ofensiva. Y trace una estrategia política coherente con lo que pide a gritos un segmento amplio de la población.

Es el momento de exigir un lugar en el estamento político. Tiene todo el derecho del mundo a postularse para gobernar. Sobre todo cuando en 56 años el castrismo socialista ha sido un desastre.

Muchos temas que afectan a la ciudadanía, la disidencia pudiera ondearlos como bandera política. ¿Cómo puede justificar ahora el gobierno los excesivos impuestos al trabajo privado? ¿O las prohibiciones a los cines 3D y tiendas particulares?

Hay coincidencia casi unánime entre los cubanos, que los precios en las tiendas por pesos convertibles son absurdos y exagerados para una población laboral que, como promedio, devenga un salario de 20 dólares mensuales.

Sí, existe un embargo de Estados Unidos. ¿Pero por qué no debatir sobre el bloqueo interno a la creatividad, libertad de expresión, política y económica de nuestra sociedad?

¿Bajarán los precios de ciencia ficción de los autos en venta? ¿Dejará de costar cinco dólares una hora de navegación por internet? ¿Se eliminarán los irracionales impuestos y cobros aduaneros?

¿Se derogará la tenebrosa ley mordaza, que estipula sanciones de hasta 30 años cárcel a disidentes y periodistas libres?

Ahora la disidencia puede, sumándose al clamor de la mayoría, ser una caja de resonancia y obligar al Estado a elevar los salarios de miseria, autorizar sindicatos independientes, derecho a huelga y permitir la libre contratación y el pago directo en las empresas extranjeras.

Si entra en sintonía con el sentir del cubano de a pie, la disidencia sumará adeptos y ganará espacios. Es muy probable que el gobierno, todavía ebrio por el triunfo diplomático, no ceda. Y mantenga el control de los medios y el acoso a la oposición.

Según el último discurso de Raúl Castro en la clausura del monocorde parlamento nacional, nada cambiará.
El régimen no va a regalar nada. Nunca lo ha hecho. Ciertos derechos habrá que arrebatárselos.

Iván García

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