Home / Las Cartas de Tania / La niña cumple 80 años y la joven 100
La niña cumple 80 años y la joven 100
La niña Tania Quintero Antúnez cumple 80 años y la joven Lucrecia López Vega, cumple 100

La niña cumple 80 años y la joven 100

La niña de la foto soy yo, Tania Quintero Antúnez, tenía 5 años, y la joven, Lucrecia López Vega, tenía 25. El jueves 10 de noviembre de 2022 cumplo 80 años. Y el miércoles 23 de noviembre de 2022 Lucrecia cumplirá 100 años.

Cuando el 12 de febrero de 2012 publiqué en mi blog La elegancia de La Habana, no imaginé que esa foto se haría famosa gracias a Nostalgia Cuba, un grupo de Facebook que además de reproducirla, la coloreó. La foto original es en blanco y negro y fue hecha en noviembre o diciembre de 1947 por uno de los tantos fotógrafos callejeros que había en La Habana.

Lucrecia no era mi madre, como en algunos foros se ha comentado. En 1947 estaba soltera y yo era la única hija de un hombre al cual la familia de Lucrecia le estaba muy agradecida. A menudo ella me llevaba a pasear, en ocasiones a los ‘caballitos’ que había en el Parque Maceo. El día que fuimos retratadas, caminábamos por la acera del Ten Cent de Monte, frente al Parque de la Fraternidad, muy cerca del Capitolio Nacional.

La imagen de la niña Tania y la joven Lucrecia ha sido divulgada dentro y fuera de la isla como ejemplo de que antes de 1959, los cubanos, fueran blancos, negros o mulatos y al margen de su posición social, siempre andaban limpios y decentemente vestidos.

Lucrecia ahora reside en New Haven, Connecticut, con dos de los tres hijos varones que tuvo tras medio siglo de feliz matrimonio con Rafael Pérez, ya fallecido. Y desde noviembre de 2003 yo vivo como refugiada política en Lucerna, Suiza. Durante dos décadas fui periodista oficial (1974-1994) y de 1995 a 2003, periodista independiente de Cuba Press, agencia fundada por Raúl Rivero (Camagüey 1945-Miami 2021).

El padre de Lucrecia, Armando López, era tabaquero, militante del Partido Socialista Popular (PSP). Durante una discusión, defendiendo al líder sindical Lázaro Peña, murió de un infarto, creo que a fines de la década de 1930 o inicios de los 40. El PSP designó a mi padre, José Manuel Quintero Suárez, barbero de oficio y guardaespaldas de Blas Roca Calderío, secretario general del PSP, para que todos los meses le hiciera llegar una ayuda económica y atendiera a los familiares cercanos del difunto: la viuda Rosa Vega, los seis hijos (tres varones y tres hembras) y la abuela Ana.

Los López-Vega vivían en la accesoria, como en La Habana le decían a las dos o tres habitaciones que había a la entrada de algunos solares o cuarterías y dentro solían tener la cocina, aunque no servicio sanitario, que al igual que los lavaderos, eran de uso colectivo y se encontraban en el centro del patio. No sé si aún exista ese solar, en la calle Hospital, frente a un almacén de gomas, a dos cuadras de San Lázaro. Entonces, yo vivía con mis padres en el segundo piso de un viejo edificio en Romay 67 entre Monte y Zequeira, en la barriada de El Pilar, Cerro. Ese piso había sido sede de la Asociación Nacional Campesina dirigida por Romárico Cordero. Al mudarse, le fue entregado a tres familias del PSP, entre éstas la nuestra.

No solo se trata de la foto de una mulata china bien vestida caminando por la calle Monte con una niña mulatica bien arreglada y peinada, sino de dos mestizas de origen humilde, nacidas en el seno de familias trabajadoras y comunistas.

En aquella Cuba, tan elegante podía ser una dama de la aristocracia criolla o una simple empleada como Lucrecia López Vega, quien con su modesto salario podía ir a Muralla, calle de la Habana Vieja repleta de comercios donde conseguías telas, encajes, botones y otros accesorios a precios módicos. En mi época, la mayoría de las muchachas sabían coser, porque lo habían aprendido de sus madres, abuelas o tías en cuyas casas tenían máquina de coser, casi todas de la marca Singer. O porque habían recibido clases de costura por el sistema de María Teresa Bello, el más conocido. Antes, en todos los municipios habían academias de corte, costura, confección y bordado (también de música e inglés).

Si no sabías coser, le pedías a una costurera del vecindario, que te confeccionara un modelo visto en Lana Lobell, el catálogo de moda preferido por las habaneras, y que podías adquirir en Infanta y San Lázaro, Prado y Neptuno o cualquiera de las esquinas céntricas donde vendían revistas y periódicos nacionales y extranjeros. O podías copiarlo de una de las vitrinas de El Encanto o Fin de Siglo, dos de la tiendas exclusivas existentes en la capital. O por menos de un peso, adquirías los moldes o patrones Mc Call en el Ten Cent de Galiano.

Lucrecia y yo no solo tuvimos la dicha de haber conocido el esplendor de La Habana, una de las urbes más cosmopolitas del continente americano, si no también de tener una larga vida, aunque al final, lejos de la ciudad que nos vio nacer. Una ciudad hoy abandonada y destruida por la desidia del régimen castrista que desgobierna Cuba desde hace 63 años.

Tania Quintero

Fotomontaje tomado de Historia de una foto cubana, publicado el 4 de diciembre de 2021 en Diario de Cuba.

Sobre admin

Periodista oficial primero (1974-94) e independiente a partir de 1995. Desde noviembre de 2003 vive en Lucerna, Suiza. Todos los días, a primera hora, lee la prensa online. No se pierde los telediarios ni las grandes coberturas informativas por TVE, CNN International y BBC World. Se mantiene al tanto de la actualidad suiza a través de Swissinfo, el canal SF-1 y la Radio Svizzera, que trasmite en italiano las 24 horas. Le gusta escuchar música cubana, brasileña y americana. Lo último leído han sido los dos libros de Barack Obama. Email: taniaquintero3@hotmail.com

Comentar

Su dirección de correo electrónico no será publicada.Los campos necesarios están marcados *

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

x

Check Also

Emprendedores privados auguran mayor inflación en Cuba

Emprendedores privados auguran mayor inflación en Cuba

Después de abrir el oxidado candado colocado en la entrada del destruido local, se desprendió el marco de la puerta y un ejército de ratas espantadas por la luz corrieron a refugiarse en cualquier escondrijo. Además, las vigas del techo estaban sueltas y los lamparones de humedad cubrían toda la pared lateral. Osmany, dueño del bodegón ubicado al oeste de La Habana, cuenta más detalles sobre su negocio.