Desde La Habana

La Habana y sus tiendas ambulantes

A tiro de piedra de Galiano esquina a Reina, se apiñan una veintena de tenderetes de quita y pon. Pasada las 9 de la mañana, Rodobaldo, un guantanamero alto y desgarbado, sin permiso de residencia en La Habana, abre su quincalla donde lo mismo vende camisetas a 7 pesos convertibles, sandalias de niña a 5 o unos tenis Nike en 45, “son orisha” (originales), asegura.

Cerca del mediodía, hay ya tanta gente que chocan entre sí como si fuesen carritos locos de una feria. De un puesto vocean “compra aquí tu blúmer con ‘descarga’ (a la moda)”.

En otro timbiriche, una mulata gorda come sin prisa un pan con minuta de pescado y se abanica con un periódico Granma. Cuando percibe que algún cliente se le acerca, ensaya su mejor sonrisa Colgate y muestra una amplia oferta de baratijas.

En un portal, un tipo con pinta de tahúr, apunta sin disimulo en una lista las jugadas de la ‘bolita’ (lotería clandestina). Llamémosle René. Su esposa vende jeans, calcetines y tenis deportivos de corte bajo que él compra al por mayor a personas que se dedican al trasiego de mercaderías desde Ecuador, Venezuela o Miami.

“Las ventas en esta zona de Centro Habana suelen ser muy buenas. Es cierto que hay muchas tiendas. Pero nosotros ofertamos la pacotilla mejor y más barata. Yo me dedicaba a ‘burlear’ (jugar). Pero era un perdedor nato. Con una ‘astilla’ (dinero) que junté me dediqué a comprar grandes cantidades de ropa a unos amigos que viajan con frecuencia a Ecuador y traen montones de textiles y bisuterías. No me va mal. Además, tengo una lista de ‘bolita’”, cuenta René mientras se da un trago amplio de ron blanco.

Cuando usted camina por La Habana notará cómo se han disparados las tiendas ambulantes. De cualquier cosa. Objetos religiosos. Discos piratas. O ropa y calzado.

Ya sea en Centro Habana, Mantilla, Marianao o la Víbora, en cualquier punto céntrico, verá un ropero móvil repleto de pacotillas. Según Marlén, una mulata con cara de sueño, el negocio da lo suficiente para desayunar, almorzar y comer.

“No es un negociazo ni nada de eso, pero se va tirando. En un día malo, de ganancia me busco entre 15 y 20 pesos convertibles. Eso sí, desde las 9 de la mañana estoy diez horas sentada en este banco de madera”, aclara Marlén.

Los cuentapropistas legales no pueden evadir la cuchilla fiscal.

En octubre de 2010, el General Raúl Castro, agobiado por una economía que hacía agua, la productividad por los suelos y plantillas laborales infladas, sin tanto rigor burocrático ni controles, autorizó 178 trabajos privados, que luego aumentaron a 181. Algo es algo.

Iván García

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