Desde La Habana

La Habana y sus pequeños empresarios

Pasada las 6 de la tarde, Carlos, 48 años, mira distraído su Seiko dorado y se da un trago largo de cerveza Corona. Viste un bermuda desahogado azul claro, zapatillas Nike de 120 dólares y camiseta con el rostro de Messi, el astro argentino del Barcelona. Ahora mismo, desde su iPhone, regatea la compra, a la baja, de un jeep Willy made in USA en los años 50.

Diariamente, Carlos cita para un céntrico café cercano al Paseo del Prado, a los cinco choferes de alquiler que trabajan para él. Mientras espera que cada conductor de sus 3 jeeps le entregue 1,000 pesos (40 dólares), y 550 per cápita los dos choferes que manejan “almendrones”, descoloridos, pero fuertes como tanques de guerra, se bebe media docena de cervezas y con un palillo pincha dados de queso Gouda.

En una sola jornada, Carlos se lleva a casa 4,200 pesos (170 dólares). Los cinco choferes que laboran para él suelen ganar entre 400 y 1,000 pesos diarios, un salario inimaginable para un empleado estatal. Aunque es cierto que sus turnos de trabajo a veces exceden las doce horas.

No todo el dinero que Carlos gana se lo gasta en cervezas o noches movidas con putas caras. “Hay que invertir en gomas, gasolina y piezas de repuesto. También pagar al mecánico que le da mantenimientos a mis autos”, aclara.

Como Carlos, va en aumento una legión de exitosos pequeños empresarios. Los sectores más lucrativos son transporte, paladares (restaurantes privados)  y la comercialización de productos agrícolas.

En La Habana no solo existen empresarios de nuevo cuño que son propietarios de una flota de 5 o 6 coches. En los servicios sucede otro tanto, con personas que regentan varias casas de alquiler, un par de cafeterías, o son dueños de una docena de carretillas que en cualquier esquina de la ciudad a precios por las nubes, ofertan frutas, hortalizas, frijoles y hasta manzanas.

Después de octubre del 2010, cuando el General Raúl Castro dio el pistoletazo de arrancada para nuevas formas de trabajo por cuenta propia y, el ejército de inspectores estatales flexibilizara sus fiscalizaciones al mínimo, un número de cubanos que guardan el dinero debajo del colchón se aprestaron a invertir su plata en negocios que ofrecen buenos beneficios a corto plazo.

No sin cierto temor. Todo aquel que haya vivido en Cuba sabe cómo se las gasta el régimen. A ratos, cuando la situación económica es extrema, le dan cordel a las iniciativas privadas. Pero si ven que el barco no hace agua, inventan un montón de regulaciones y mandan tras las rejas a los “macetas”.

Ahora, Castro II ha prometido respetar ciertas reglas de juego mientras las personas puedan demostrar que el dinero es de procedencia legal y paguen puntualmente los impuestos.

Gente como René, 60 años, que toda su vida se las ha agenciado para buscar dinero en el mercado negro, al principio tuvo sus recelos. Es uno de los viejos zorros que pueden encontrarse en el mundo de los negocios subterráneos.

“Cuando los artesanos empezaron en la Plaza de la Catedral, ahí estaba yo. En los 80, también busqué dinero en los mercados agropecuarios. He estado dos veces en la cárcel, acusado de enriquecimiento ilícito. Por eso no me fío. Es como un juego de ajedrez. Tengo que tener la estrategia de salida en caso de peligro”, señala René, dueño de dos tarimas de venta de ropa al detalle y ocho carretillas de hortalizas y frutas.

René se embolsilla algo más de 150 dólares diarios. Después de tomarse una taza de café fuerte en su casa, a partir de las 4 de la madrugada, a un costado de la Ciudad Universitaria José A. Echevarría (CUJAE), en el municipio Rancho Boyeros, espera el arribo de camiones atestados de productos agrícolas, para comprar al por mayor y a buen precio.

Otros como Yosniel, 36 años, un buen día le dijo a sus parientes al otro lado del charco que, en calidad de préstamo, le giraran 4 mil dólares. Y con ese dinero  montó un negocio de reparación de viviendas. Tiene una cuadrilla de albañiles y plomeros. “La cosa me van bien. Incluso consigo materiales de construcción a precio de ganga que luego revendo a personas que necesitan reparar sus casas”, confiesa.

Entre estos nuevos empresarios criollos, predomina una interpretación muy particular de las regulaciones del trabajo por cuenta propia. Piensan que el Estado no permitirá el control de aquellos negocios -sean uno o varios- que propicien mucho dinero en manos de una sola persona o familia.

Pero habaneros como David, dueño de dos talleres de reparación de autos, se las apaña a su manera. Está acostumbrado a buscar dinero bajo el gardeo a presión de un gobierno que ve una amenaza en los tipos emprendedores. “Ya son 53 años jugando al gato y al ratón. Intentando no ser cazado”, dice David con  amplia sonrisa.

Con razón, el régimen considera que si sus cadenas de tiendas no ofertan materias primas, es de suponer que éstas salgan por la puerta trasera de los talleres estatales.

Pero todos en La Habana saben, incluido el gobierno, que detrás de esa masa creciente de vehículos hace seis décadas salidos de los talleres de Detroit, hay un puñado de ingeniosos mecánicos y chapisteros que mantienen funcionando la flota de 6 mil ‘almendrones’ que ruedan por la capital.

Ya a la pregunta de hasta dónde un Estado con ojeriza hacia aquellas personas dadas al individualismo y a la buena vida, les permitiría hacer dinero, es algo que siempre está latente en estos negociantes del post fidelismo.

“Eso depende del General. Si con nuestros negocios no afectamos el bolsillo de las corporaciones militares, creo que nos dejarán hacer. De lo contrario, darán una vuelta de rosca a ciertas regulaciones para asfixiarnos”, opina Carlos, el flamante empresario, dueño de cinco autos. No sería la primera vez.

Iván García

Foto: ZX-GR, Flickr. Entrada al Barrio Chino de La Habana, lugar donde se puede apreciar el auge de empresarios privados.

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