Desde La Habana

La disyuntiva de Celia

Celia recién cumplió los 20 años, y desde los 15, mantiene una unión matrimonial no formalizada. Es educadora de círculos infantiles. Dos años de estudios bastaron para que obtuviera el título.

Cuando la Revolución hizo el llamado, ella estaba en noveno grado y dio el paso al frente. Hacían falta educadores. Los consiguieron a cambio de poco tiempo de estudio y estipendio mensual de 110 pesos moneda nacional.

Sin embargo, los de la tentadora oferta, no previeron que ella no tenía vocación ni paciencia para tolerar “las malcriadeces de aquellos chiquillos insoportables”. Pasados los primeros ocho meses, desistió del empleo. “Mucho trabajo para tan poca paga”, dice para explicar  comenta las razones por las cuales no terminó su servicio social. Dejó de ir y punto, nadie se preocupó, ni pasó nada.

Hoy las cosas cambiaron para ella. Es ama de casa a la fuerza. Su esposo no la deja trabajar. En el hogar, las obligaciones están bien distribuidas: él se encarga de todas las necesidades económicas y ella de las domesticas. él manda y ella obedece.

Nada de frenos y contrapesos. La joven dentro de la relación, no tiene ningún poder de decisión, a no ser, escoger el día que lavar y la hora de cocinar. Está inconforme, pero acepta la subordinación. Su esposo es obstinado y para imponerse deberá asumir posiciones extremas: obedecer o terminar la relación.

La primera es la más cómoda. No tiene que preocuparse por buscar dinero. Pero a la par, se siente vacía, con deseos de hacer algo que le satisfaga. Desea ser una mujer independiente, pero si le preguntas qué le gustaría hacer, no tiene una respuesta.

Celia aún no define su vocación. Sueña con trabajar y procurarse a sí misma el sustento, pero no sabe de qué manera realizará su sueño. En su mente no hay planes de superaciones ni proyectos futuros de vida. Medita su segunda opción. Sabe que si trabaja en la calle, su relación de pareja terminará.

Analiza las posibilidades que tiene. Está consciente de que el salario en un empleo estatal apenas le  alcanzaría para mantenerse. Tendrá que regresar a casa de sus padres y contribuir con el sostenimiento del hogar. También perderá su privacidad cuando comparta habitación, con dos de sus cuatro hermanas.

Es paradójico que una joven, en un país que da acceso gratuito a los estudios y a la superación, prefiera subyugarse, antes de hacer valer sus derechos como mujer y como ser humano. Es triste que la situación económica de una nación, donde legal y formalmente existe igualdad de género, impida a la plena realización de la mujer.

Pero más pena da, que el conformismo y la resignación, liquiden aspiraciones. Es el mal que aflige a Celia y muchas jóvenes de la Cuba de hoy. Una especie de abismo insalvable entre  los sueños y la realidad que viven. Un vacío que no encuentran ni intentan cruzar.

Laritza Diversent

Foto: SteelcityCanada, Flickr

Salir de la versión móvil