Desde La Habana

Irma y el ciclón de medio siglo

Irma y el ciclón de medio siglo

Muro del malecón de Cojimar, la patria chica de Hemingway

Los huracanes del Caribe no tienen la misión de derrocar dictaduras. Su formación, su trayectoria, el destino final, la furia de sus aguas y sus vientos y luego su disolución, responden a un mandato telúrico de la naturaleza. Lo que sí pueden conseguir esos fenómenos poderosos y terribles es dejar en harapos los disfraces de un gobierno que ha llevado a la miseria la economía de un país y en el nombre del pueblo sostiene, desde el primero de enero de 1959, un sistema más calamitoso que una cadena de ciclones.

Este es el caso de Irma con el castrismo. Su paso por gran parte de la costa norte de la Isla no ha puesto en peligro la estabilidad del grupo de poder, pero ha enseñado con sus ráfagas y sus aguaceros, la ineficacia de los jefes y funcionarios, la incapacidad de la burocracia para encarar con disciplina, recursos y coherencia la difícil situación que padecen los grandes sectores de la población.

La primera declaración oficial, todavía con los vientos de Irma provocando enormes olas en el malecón de Habana, por lo único que se podrá recordar será porque debe de aparecer en lo primera página de cualquier antología seria de la historia de la demagogia. Tengan confianza en su revolución saldremos adelante y nadie será olvidado, dice la nota firmada por Raúl Castro. Y después el centro del tema que les preocupa: “Para la temporada alta los daños en el turismo se habrán recuperado.”

El pensamiento inicial, la tarea básica es recuperar los hoteles para el turismo destruidos por Irma porque es una zona muy importante del capital que los ayuda a seguir, con parentelas y guatacas, en los sitios lujosos y distantes desde donde controlan cada barrio y cada batey de Cuba. Las casas derribadas en Punta Alegre, Caibarién, Corralillo, Sagua la Grande y otros pequeños puertos y poblados pasan automáticamente a la misma lista de espera en la que permanecen miles de cubanos que han sido víctimas de otros huracanes, en otros tiempos.

Por otra parte, la reacción natural de los cubanos debe ser la exigencia firme a quienes se han apoderado del país y lo administran como si se tratara de una hacienda heredada. Lo que pasa es que aquella es una sociedad quebradiza, dispersa, frágil sin instituciones sólidas que funcionen y actúen en beneficio de los individuos y sus necesidades. De ahí que la catástrofe de Irma revele un escenario diverso de episodios delirantes en los que predomina el afán criollo de recibir con una estructura de comedia los signos de la tragedia.

Algunas escenas difundidas en estos días han llamado la atención por su evidente perfil surrealista porque mostraron a grupos de habaneros que jugaban dominó con el agua al pecho y otros que bailaban o hacían que bailaban en una calle anegada de agua convertida en la pista de un espectáculo musical. El ser humano es infinito. Lo jugadores de dominó, seguramente con una botella de ron sumergida bajo la mesa, estaban muy preocupados porque no les metieran un forro o se les ahorcara el doble nueve. Los bailarines se pueden ver felices y despreocupados en su intento de coger el ritmo y hacer movimientos elegantes o provocadores.

Para mí, la imagen más válida y legítima del panorama que ha llegado de Cuba es la de los centenares de ciudadanos que protestaron en la Calzada de 10 de Octubre para reclamar electricidad, agua y recogida de basuras y escombros. La manifestación fue rodeada de inmediato por una brigada de los llamados Boinas Negras y otros policías. En la banda sonora del video se escuchaba la voz de un hombre que repetía: “El pueblo está cansado de mentiras.”

Raúl Rivero
Blog de la Fundación Cubano-Americana
15 de septiembre de 2017.

Foto: Así el huracán Irma dejó el muro del malecón de Cojimar, la patria chica de Hemingway, situada a unos 7 kilómetros al este del centro de La Habana. Imagen captada por Jorge Ricardo para el fotorreportaje Cojimar vive del mar, publicado el 15 de septiembre de 2017 en Periodismo de Barrio.

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