Desde La Habana

Huyendo del frío, turistas europeos viajan a la isla

Jean, 49 años, es un marsellés listo y mujeriego, que además de templarse (follarse) cuantas jineteras se le pongan a tiro, siempre tiene encendido el chip para los negocios. Varias veces ha intentado crear una pequeña empresa en Cuba.

Pero siempre termina halándose los pelos. Los dilatados e incomprensibles trámites legales y las escasas garantías jurídicas acaban desalentándolo. El francés, vegetariano consuetudinario, suele pasar de tres a cuatro meses en La Habana, huyendo del frío y el stress en su país.

Mientras otea posibilidades para invertir dinero, disfruta a tope. Aunque se queja de la poca vida nocturna en la ciudad, las carencias por arrobas y los decretos absurdos. A diario se irrita por lo caro de la conexión a internet y la pésima calidad del vino a la venta en los mercados habaneros. En cambio, aprecia la hospitalidad de los cubanos, “algo que se ha perdido en Francia donde los vecinos ni se saludan”.

Cada noche, por sólo 35 dólares, mete a una joven de carnes duras en su alcoba. Después, holgazanea a más no poder. En 2011 le gustaría concretar una pequeña empresa que le dé ciertos beneficios y un buen pretexto para estar más tiempo haciendo el amor en el trópico, tomando ron y conociendo personas que aspiran a vivir en una sociedad diferente.
Del crudo invierno de Europa huye también Alberto, madridista de 35 años que hace sus pininos en el cine, también se siente fascinado por los cubanos y el clima isleño. El español no viaja en busca de putas. Ni a tostarse bajo el tibio sol de Varadero.

Alberto es un idealista y librepensador, convencido de que Cuba se merece mejor suerte. Odia a Fidel Castro porque en España hubo un Franco. “Y joder, nosotros sabemos lo que es una dictadura”. Aspira a realizar varios documentales. A la vez que prepara el guión, conoce gente y lee sobre la historia local.

Dos caras de una moneda. Jean sólo piensa en acostarse con negras y hacer negocios rentables con el gobierno de los hermanos Castro. Y Alberto, a quien le interesa más el futuro democrático de una isla por la cual siente especial predilección.

En lo que el gozador galo y el altruista español coinciden es que los dos aterrizan en La Habana tratando de evadir el duro invierno europeo. Ya en la isla, cada cual va a lo suyo.

Iván García

Foto: Robin Thom, Flickr

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