Desde La Habana

Fraude escolar: un mal arraigado en Cuba

Yuliesky, estudiante de bachillerato, a una semana de los exámenes no tiene la más mínima preocupación. Cierto que sus conocimientos escolares son nulos. Las noches movidas en discotecas y fiestas calientes sustituyen los estudios.

Pero a la hora cero, sus padres le dan dinero para que discretamente pague a ciertos profesores y le soplen los exámenes. De cualquier manera, Yuliesky tiene una amplia colección de artimañas para aprobar los exámenes.

“Es verdad que a todos los maestros usted no los puede sobornar con un billete de veinte pesos convertibles (19 dólares). Entonces apelo a otros trucos. Lo mismo grabo en un Mp3 las posibles respuestas que las copio en el móvil. Otra técnica es que un colega que termine primero, luego me envíe las respuestas del examen por SMS. Sólo tengo que cuidarme que el profesor no me vea. Y en eso soy un experto”, alardea Yuliesky.

Si en bachillerato, la antesala de la universidad, suceden con frecuencia casos escandalosos de fraude escolar, imagínese lo que ocurre en las facultades nocturnas, donde quienes trabajan o han dejado sus estudios, intentan obtener 9no o 12mo grado.

“Si tienes dinero, te aseguro que apruebas todos los exámenes. Es fácil. Pagas 5 ‘chavitos’ (4 dólares) y el profesor te pasa el examen”, apunta Eddy, alumno del segundo semestre de una facultad ubicada en Lawton, en la periferia de La Habana.

El fraude en las escuelas cubanas es un mal de fondo. Casi endémico. Y en mayor o menor escala viene ocurriendo desde la década de 1970. Todavía perdura en la memoria, el escándalo de fraudes masivos en los cuales estuvieron involucrados profesores del preuniversitario René O. Reiné, de la barriada habanera de La Víbora.

En las escuelas primarias y secundarias, los alumnos no tenían que estar cazando un descuido del maestro para copiar el examen de su compañero de pupitre. “Varias veces sucedió que entraba un profesor al aula y de carretilla te soplaba los exámenes”, recuerda Fernando.

Según Anselmo, un profesor que hoy es maletero en un hotel,  “había una presión enorme entre los educadores para cumplir los parámetros que dictaba el Ministerio de Educación. Si usted tenía muchos alumnos que repetían de grado no era bien visto. La calidad del maestro se medía por el porciento de estudiantes que pasaban de grado y las elevadas calificaciones. Esos fueron los cimientos de lo que vino después. Vivíamos del eslogan de tener la mejor educación del mundo. Y en aras de que todos tuvieran un alto nivel educacional, no se combatía el fraude. Al contrario”.

Desde hace 40 años, el fraude escolar es un virus que campea por la isla. En las universidades existe. “Pero en menor grado. Hay más rigor y mejores profesores. Recuerdo que un maestro me pilló copiando y me dijo: ‘¿Qué resuelves? Tendrás un título, pero serás toda tu vida un profesional mediocre. Fue una lección”, recuerda el arquitecto David.

Por lo general, los estudiantes que sistemáticamente hacen trampa o sobornan a los maestros para que les canten el examen, no llegan a la universidad. Y si llegan desertan.

Como Rosa, que dejó la carrera de filosofía en segundo año. Acostumbrada a copiar y pagar exámenes, el rigor de la licenciatura la desbordó. Ni a trancas lograba retener los nuevos conocimientos. Ahora, mientras a la salida del Habana Libre espera a un turista canadiense que a cambio de sexo le pagará 50 dólares, lo lamenta.

Iván García

Foto: Corbis Images

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