Desde La Habana

Final del Mundial de Fútbol: ¿Argentina o Alemania?

El duelo está servido. El 13 de julio, en el legendario Maracaná de Río de Janeiro, Argentina y Alemania dirimirán por el título mundial de fútbol. Es un remake tercera parte.

En México 1986, la albiceleste levantó la Copa guiada por la mano de Dios y los goles puntuales y hermosos de Diego Armando Maradona, al derrotar 3 goles por 2 a los alemanes,con un gol postrero de Jorge Burruchaga.

Luego, en Italia 1990, Alemania tomó desquite al vencer a Argentina un gol a cero. Fue un juego polémico, en el cual el mexicano Edgardo Codesal pitó un penalti dudoso a favor de los teutones.

Ahora, en la ciudad del Cristo del Corcovado y el Pan de Azúcar, tendremos la ‘tercera guerra mundial’ entre las dos naciones.

Pero hagamos un recuento de cómo llegaron a la final. Alemania comenzó frente al Portugal de CR7 a lo grande. Ozil dirigió la orquesta, Götze ejecutó la partitura, y el fenomenal Müller puso la música, con tres goles.

Después, los alemanes se fueron diluyendo en su juego. Sufrieron más de lo previsto con la corredora Ghana. Frente a Estados Unidos dominaron el balón y tiraron a puerta sin demasiado acierto. Ganaron por lo justo, un gol a cero.

Ya en octavos de final, Argelia les presentó batalla. No fue hasta el tiempo extra que anotaron los dos goles de la victoria. A Francia la vencieron por la mínima en cuartos de final.

El equipo alemán tenía pasajes del partido donde tocaban de cine e hilvanaban jugadas al primer toque en espacios reducidos, que demostraba el talento enorme de sus jugadores.

En lo físico, Alemania juega con combustible de alto octanaje. Al minuto 80, cuando el calor y la humedad de Brasil dejan secos a la mayoría de los jugadores, Thomas Müller y Philipp Lahm inician una carrera vertiginosa de 60 metros.

Los teutones meten miedo. Siempre nos queda la impresión que pueden dar más. La apoteosis de su juego aconteció el martes 8 de julio en el estadio Minerão de Belo Horizonte.

Fue una masacre. Y no ante un equipo amateur. Hasta con la escoba le dieron a Brasil, el pentacampeón, la selección de la casaca verde y amarilla que patentó el jogo bonito. La misma que encumbró a Pelé, Garrincha, Tostão, Zico, Rivelino o Ronaldo.

Desde 1975, Brasil no perdía un encuentro en su país. Hay que remontarse a finales de la década de 1920, para recordar una goleada humillante como la recibida por la canariha en Belo Horizonte.

Siete goles. Tres de ellos Alemania los anotó en 179 segundos. Una pesadilla que jamás olvidarán los fans ni los jugadores brasileños. Esa tarde, la defensa fue una broma de mal gusto.

Parecía un grupo de amigos reunidos para patear el balón después de un picnic. No había noticias de Dante ni David Luiz en el centro del campo. Y Fernandinho, despistado como todo el equipo.

Fue de espanto. Los goles caían en racimo. Alemania, por compasión, tuvo un detalle de gentileza con el anfitrión y le quitó el pie al acelerador para no hundir aún más a Brasil.

En juegos como éstos, debiera aplicarse la regla del nocaut. No tiene sentido jugar 90 minutos corriendo detrás de la pelota y con las fugaces sombras aladas teutonas que tenían imantada la Brazuca -balón oficial de la FIFA- a su bota.

Si el Maracanazo de 1950 fue una tragedia -cuando todo Brasil se aprestaba a tirar voladores y calentar los tambores con una batucada- al caer Brasil dos goles por uno frente al Uruguay de Obdulio Jacinto Varela, el gran capitán de los charrúas, este ‘Mineraizo’ fue probablemente más vergonzoso.

Dicen que de las derrotas se sacan lecciones. Ojala así sea. Esta versión italiana del gigante sudamericano decepcionó a todos los que amamos el buen fútbol. Porque Brasil siempre fue sinónimo de toque de fantasía y de jugadores que entre ceja y ceja tenían grabado el gol con fuego.

Desde luego, Felipão debe pagar con su renuncia el pecado capital de convocar a ese tronco inútil de Fred en la delantera del equipo. Jamás la ‘seleçao’ había tenido un goleador tan pésimo.

La historia puede revertirse. Brasil es el país con mayor cantidad de jugadores en ligas foráneas. Tienen talento para armar un equipo que juegue como Brasil.

A partir de 1994 se aferraron al músculo en el medio campo, bajar la persiana en defensa y esperar una genialidad de tipos como Bebeto o Romario. En 1998, más de lo mismo.

Centuriones, velocistas por la banda al estilo de Roberto Carlos y Cafú y los goles del fenómeno Ronaldo. Pero cuando esa legión de artistas dijo adiós, Brasil quedó en pañales.

Se olvidaron del toque y el juego bonito en post del resultado. Esos vientos trajeron estas tempestades. Argentina, por su parte, sigue sufriendo para sacar adelante sus partidos.

Tuvo la suerte de jugar en un grupo fácil. Los octavos de finales y cuartos se las vieron con Suiza y Bélgica, equipos con jugadores talentosos, pero que a todas luces éste no era su mundial.

La albiceleste venía precedida de una delantera que le metía miedo al susto. Pero el Kun Agüero y Lavezzi no acaban de carburar, y el Pipa Higuaín, es intermitente en su juego.

Todos se tiran en la hamaca, a esperar que Leo Messi saque un conejo de la manga. En la primera ronda, Leo salvo los muebles con 4 goles. Luego se ha ido disipando.

Quizás el cansancio, no sé, pero Messi desaparece en tramos importantes del partido. Cuando usted revisa las estadísticas, es uno de los jugadores que menos corre en cada encuentro.

Pero ha resurgido Mascherano. Con un nivel de juego sublime, el medio de contención argentino se basta solo para desarbolar los sistemas ofensivos de sus rivales.

Contra Holanda estuvo brillante. Nunca Robben lo pudo superar en un mano a mano. El pase a la final de Argentina hay que agradecérselo a su portero Sergio Romero.

Paró dos penaltis. Y sacó el billete para disputar la final frente Alemania en el Maracaná. Un juego que se antoja complicado para Argentina.

Si los alemanes siguen tocando un concierto de violines en el medio campo, y al primer cambio de ritmo desenfundan las ametralladoras, los argentinos van tener que encomendarse al Papa Francisco para frenar a la Mannschaft.
O que Leo frote su botín izquierdo.

Iván García

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