Desde La Habana

Feria de La Habana: jineteras, calor y cerveza

Liudmila y Sheila son jineteras y no conocen de mercadeo empresarial ni tecnología punta. Pero una colega les envió un escueto SMS donde les decían: “Vengan pa’cá, que los yumas (extranjeros) están satos”.

Se calzaron despampanantes tacones, se pusieron ajustados vestidos y un perfume de fragancia anestesiante. Su plan era sencillo: merodear por los stands de Canadá, Corea del Sur, Francia y Alemania, a ver qué pescaban en la Feria Internacional de La Habana.

“Se me da bastante bien el inglés. Llegábamos a cada pabellón y preguntábamos sobre los productos en exhibición o la posibilidad de conseguir trabajo en una firma. Cuando notábamos que la mirada de algún extranjero se deslizaba por nuestros cuerpos, entonces atacábamos a fondo”, dice Sheila, con siete año de experiencia en la prostitución.

Tuvieron suerte. Dos empresarios españoles las invitaron esa noche a unas copas y a bailar en una discoteca de Miramar. “A lo mejor el romance queda solo en un vacilón. Pero puede que termine en un noviazgo y una salida definitiva del país”, reflexiona Liudmila, mientras bebe una cerveza Bucanero en un bar portátil de la recién concluida FIHAV 2015.

Desde luego, las jineteras son un segmento minoritario entre las personas que visitaron Expocuba, sede de estas Ferias comerciales a partir de 1989 (la primera se celebró en 1982 con unos pocos expositores de España, Panamá y Cuba).

A fines de los 80, justo en el arranque de una crisis económica casi perpetua, podría pensarse que no era una buena idea gastar millones de dólares en edificar un recinto ferial a 25 kilómetros al sureste del centro de la capital.

Embullado por lo que había visto en su viaje a Pyongyang en 1986, Fidel Castro quiso que Cuba también tuviera una muestra permanente donde exhibir los “logros del proceso revolucionario”. Y el 4 de enero de 1989, Castro inauguraba Expocuba, un espacio demasiado grande para una economía que se venía abajo.

La desintegración de la URSS provocó pérdidas millonarias en subsidios que descorcharon las carencias de la industria local. Ricardo Ortiz, jubilado que durante diez años trabajó en una empresa de importación de alimentos, cuenta que Expocuba se transformó en un parque infantil de distracciones y un lugar donde en los años duros del período especial la gente podía adquirir productos.

“Como el transporte escaseaba, tenías que ir en bicicleta y cuando llegabas a Expocuba te daban derecho a comprar dos postas de pollo frito, diez africanas y yogurt saborizado. Fue en la misma época cuando por falta de combustible, los bueyes sustituyeron a los tractores como arado”, recuerda Ortiz.

En el otoño cubano de 2015, Expocuba muestra un deterioro evidente. En una de las tardes, un fuerte aguacero obligó a cientos de personas a refugiarse en los pabellones techados. “Llovía más adentro que afuera», dice un turista español. Los visitantes a la Feria se quejaban por la falta de murales informativos.

“Todo ha sido organizado muy chapuceramente. Uno camina desorientado, sin saber dónde está ubicado el sitio al que deseas acudir”, acota Juliana, profesora de inglés, que buscaba el stand sudcoreano para conocer la última versión del Samsung Galaxy.

Cuando el viernes la Feria de La Habana abrió sus puertas al público, por los alrededores, decenas de autos particulares y taxis colectivos voceaban sus servicios. A un cubano, un viaje de ida y vuelta le podía costar 40 pesos convertibles.

“A un extranjero 60 o más”, apunta Reinerio, dueño de un destartalado Lada 2105 de la era soviética. “Pero yo ofrezco una tarifa de 20 cuc, pues mi auto tiene motor de gasolina. A esta Feria ha acudido menos gente que otras veces”.

El calor sofocante invitaba a tomar cerveza fría en bares, cafeterías y restaurantes ubicados en Expocuba. A simple vista, se notaba una mayor cantidad de usuarios almorzando comida criolla o bebiendo cerveza que recorriendo los pabellones.

Según Marcia, empleada de la Feria, “los stands más concurridos fueron los de Corea del Sur, Canadá y Japón. Unos pocos empresarios y editores de libros de Estados Unidos exhibieron sus artículos. Para 2016 se espera una avalancha de empresarios estadounidenses”. Cuando usted indaga con empresarios foráneos sobre las perspectivas de negocios en Cuba, las opiniones van desde el optimismo a la prudencia.

Un funcionario de una agencia suiza de viajes, aclara que ellos ya tienen una oficina permanente en La Habana. «Ahora puede que no se tengan grandes ganancias. Pero hay que abrir el camino, ocupar un espacio, me temo que cuando lleguen los estadounidenses, negocios de otros países van a tener que hacer las maletas”. Un inversor, también de Suiza, es aún más atrevido y pretende construir un hotel de alta gama en la localidad de Cojimar.

Con más dudas que entusiasmo, Fabian Koppel y Jakub Brzokoupil, de la firma alemana Optimum, especializada en maquinaria industrial, expresan que en 2012 tuvieron negocios en la Isla. «Pero por diversas dificultades tuvimos que marcharnos. En Cuba todo es muy complicado. Pero nuestra empresa considera que actualmente hay mejores posibilidades”, señala Fabian.

La percepción que se tiene entre los empresarios es que 2016 puede ser un año decisivo. Un gerente de Mercedes Benz, de origen egipcio, no pierde la esperanza. En 2014 solo vendieron 30 camiones multiusos a empresas cubanas, y en 2015 se elevaron a 110. En autos de lujo, de 25 autos en 2014 esperan vender 200 en 2016.

Son crecimientos tímidos, pero cálculos extraoficiales apuntan a que cuando se abra la talanquera estatal, las ventas se pueden disparar. Aunque un cubano con un salario mensual promedio de 23 dólares, jamás podría adquirir un auto valorado en 70 u 80 mil dólares.
Liudmila y Sheila, las jineteras habaneras que no han perdido oportunidad de tirarse un selfie frente a tres Mercedez Benz, sí lo creen posible. “Pero nunca compraríamos un auto en Cuba”, expresan risueñas.

Texto y foto: Iván García

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