Desde La Habana

Es obrero y negro, pero reniega del socialismo

En apariencias, Alberto Jiménez entra en la categoría de cubanos que, según los medios oficiales, esperan con la boca abierta la comida que vende Papá Estado por la libreta de racionamiento, establecida en marzo de 1962. Sin embargo, él sale todos los días temprano de su casa, y a veces llega muy entrada la noche. Trabaja en la calle, por la libre. No para el gobierno del socialismo o muerte.

«Ves estas manos, no son las de un vago”. Por fuera son de color negro-ceniza y cuando las vira, las palmas se ven agrietadas y callosas. Propias de un albañil. Junto con tres amigos, carpintero, electricista y plomero, Alberto ha formado una brigada. Se contratan libremente con quien necesite sus servicios, para construir una vivienda nueva o reparar una en mal estado.

-¿Quién dijo que mi familia vive con los mandados que dan por la libreta en la bodega? Si yo no trabajara por mi cuenta, se morían de hambre. Mis dos hijos tienen el peso y talla requeridos para su edad, porque yo busco dinero para comprar los alimentos que ellos necesitan. Su madre, al mediodía, les lleva el almuerzo a la escuela, para que no coman la bazofia que dan en los comedores escolares.

Y añade que sus hijos son felices. «Gracias a mí, no a la revolución, porque yo me rompo el lomo para que no les falte nada. Al inicio de cada curso, en el mercado negro paga 5 pesos cubanos convertibles (unos 125 pesos cubanos, la mitad del salario promedio en la isla), para que sus retoños vayan con uniformes nuevos -en Cuba los uniformes los venden racionadamente y a los alumnos corresponde uno nuevo cada dos o tres años.

-Sí, la educación es gratuita, pero de mala calidad. A mi hijo mayor tengo que pagarle una maestra particular, para que obtenga buenas notas, y cuando termine la secundaria, tenga el promedio requerido para entrar en un instituto de informática, que es lo que le gusta.

A Jiménez le molesta, y mucho, la propaganda de los medios oficiales cubanos, que muestra a otros como unos parásitos sociales.

-La atención médica supuestamente es gratis, pero para contar con una atención esmerada, tengo que hacer regalitos a la doctora o un trabajo de albañilería que necesite en su casa el médico.

Y enumera el resto de cosas que tiene que hacer para sobrevivir en el socialismo de patria o muerte. Pues él, además, lleva el peso de la economía hogareña. Una responsabilidad que lo obliga a trabajar fuera del sistema laboral establecido. No tiene licencia para ejercer como ‘cuentapropista’ (trabajador por cuenta propia) y está consciente que realiza una actividad económica ilícita, pero se arriesga.

-No es que yo quiera ir contra la ley, es cuestión de necesidad. No me puedo dar el lujo de trabajar por un salario que no cubra las necesidades básicas de mi familia. Quiero que mis hijos crezcan sanos y fuertes.

Luego de aclarar que para eso los trajo al mundo, para que vivan decentemente, puntualiza:

-Yo no trabajo para ser útil al Estado. Trabajo para mí y para los míos, e indirectamente para la comunidad.

Alberto se siente satisfecho, porque el trabajo que su brigada realiza hace felices a las personas que los contratan. «¿Cómo pueden considerar delictiva conductas que benefician a la sociedad, sólo porque no tengas un papel con un permiso?», se cuestiona..

El sistema económico socialista está concebido para que cada ciudadano sea un proletario. El Estado es el único empleador legal, y si no te vinculas, eres un vago. Para Alberto, el concepto de trabajo del gobierno es ya obsoleto. «Porque no es sólo vincularse laboralmente en una empresa estatal, tener una jornada de 8 horas y recibir una remuneración que no alcanza para vivir”. Y con un tono crítico asevera:

-No es mi culpa que la juventud cubana hoy se niegue a trabajar. Que suban los salarios. Sí, hay vagancia. Lo veo a diario, en todos esos pedigüeños que te salen en cada esquina, físicamente aptos para trabajar, pero los ves jugando dominó o en una esquina sentados. Esperando que les caiga cualquier cosa.

Alberto reconoce que gran parte de su trabajo es posible gracias a la ilegalidad. Cuando es mucha la faena, contratan ayudantes y les pagan 50 pesos diarios, casi cuatro veces más de lo que paga el Estado en una jornada laboral. Algo también penalizado por las leyes.

La mayoría de las nuevas construcciones son ilegales. Las reparaciones y ampliaciones se hacen sin autorización estatal. Por lo regular a través de contactos con constructores que trabajan para el Estado y camioneros de empresas estatales de materiales de construcción, quienes a precio de mercado negro proveen de recursos necesarios a personas que como Jiménez trabajan sin permiso. También los materiales se pueden adquirir tiendas recaudadoras de divisas, pero allí los precios son exhorbitantes. «Los más económicos son los de procedencia ilícita», dice.

Le preguntamos si tiene previsto legalizar su oficio de albañil.  “Seré un contribuyente cuando los cubanos tengamos los mismos derechos que el Estado y los extranjeros a intervenir en el economía”. Se queja de que los impuestos son muy altos comparados con las ganancias recibidas y que hay demasiados pillos echándose en el bolsillo todo lo que pueden de los fondos públicos.

Según Alberto, desde el director hasta el obrero roba en en la isla, y la corrupción tiene niveles insospechados. “A mis 47 años no hay quien me haga un cuento, el jefe, si no desfalca una empresa, se hace el de la vista gorda a cambio de una tajada».

Cuba cuenta con una fuerza laboral de 4.9 millones de trabajadores, en un país de 11.2 millones de habitantes. El resto, los renegados, los que el Estado socialista considera vagos, trabajan por su cuenta y riesgo, sin poseer las licencias correspondientes. En esa categoría entran albañiles, carpinteros, electricistas, peluqueras, manicures, costureras, zapateros y mecánicos de equipos electrodomésticos, entre otros.

Los bajos salarios, una economía en banca rota y miles de disposiciones prohibitivas, obligan a la población a recurrir al mercado negro. Un mercado que es fuente de recursos ilícitos, desviados del patrimonio estatal, y de una fuerza laboral casi siempre mejor calificada y remunerada que la estatal. Ésa es la realidad en un país donde la iniciativa económica individual está prohibida.

De forma legal, los cubanos no pueden participar en el quehacer económico de su país. Por ello, en franca actitud desafiante contra el sistema socialista y por una cuestión de supervivencia, lo hacen de forma ilegal.

En Cuba, como ocurre con Alberto Jiménez, parece que la gente no trabaja. Sí, es cierto, muchos no trabajan. Pero no trabajan para el Estado. Lo hacen por su cuenta y riesgo.

Laritza Diversent

Foto: cpatravelblog, Flickr

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