Desde La Habana

El día que murió Orlando Zapata

Siempre un suceso trascendental deja huellas. La muerte de Orlando Zapata Tamayo, de 42 años, se me estampó con tinta indeleble en mi memoria.

La tarde del martes 23 de febrero de 2010 estaba en casa de la abogada y periodista independiente Laritza Diversent, revisando varios casos jurídicos que podrían ser de interés periodístico.

Ya conocía sobre la huelga de hambre de Zapata. Los maltratos físicos sufridos. Las denuncias que hablaban del deterioro acelerado de su salud, tras más de 80 días sin ingerir alimentos.

Mi móvil no dejaba de sonar. El 20 de febrero, tres días antes de su fallecimiento, recibí un sms de un comunicador alternativo, haciéndome saber que a Reina Luisa Tamayo, su madre, la habían citado con carácter urgente en la Sección 21 de la inteligencia cubana. Le rogaban que hablara con su hijo para que desistiera de su huelga de hambre.

Los acontecimientos se sucedieron de forma vertiginosa. Ese martes, mientras hablaba asuntos de trabajo con Laritza, me llegó un sms conmovedor. Era de la bloguera Claudia Cadelo. Daba a conocer que a las 3 y 27 de la tarde, en el hospital Hermanos Ameijeiras, había muerto Orlando Zapata.

Laritza y yo quedamos mudos. Después, todo fue muy rápido, como secuencias de un videoclip. Intenté conseguir un billete de avión para viajar Banes, municipio de la provincia de Holguín, a más de 700 kilómetros de La Habana.

El aeropuerto José Martí estaba tomado. Un corresponsal extanjero me dijo que ni sobornando pudo conseguir un pasaje. Cosa increíble en Cuba. Gentilmente, la mujer del buró de información hacía saber que con destino a Holguín no habría boletos disponibles en una semana.

Un trabajador de la terminal aérea me llamó a un rincón y me dijo con sigilo: “Brother, la cosa está en candela. Ni con mil dólares podrás conseguir un pasaje. Unos tipos de la Seguridad nos han dicho que si tu logras montarte en un avión, todos los que laboramos en este turno nos echarán a la calle”.

Traté de sacar un boleto de ómnibus, calculé que el viaje demoraba 14 horas, pero también me fue imposible. Todas las opciones estaban bloqueadas.

No quiero ser presuntuoso y pensar que la Seguridad fue responsable de que no pudiera viajar a Banes. La opositora Martha Beatriz Roque junto a Laura Pollán, una de las principales voces de las Damas de Blanco, alquilaron un carro hasta Holguín, pero cuando llamé a Martha, ya habían partido.

Me sentí derrotado. Como periodista no podría sacar una noticia de última hora. Y como hombre, hubiese deseado estar al lado de la familia en un instante de dolor.

Caminando por la ciudad junto a Laritza, nos topamos con el periodista independiente Jorge Olivera, uno de los 75 disidentes presos en la primavera del 2003. Olivera nos contó anécdotas sobre Zapata, coincidió con él en alguna cárcel de la Cuba profunda, y nos dijo que en casa de Laura Pollán, en la calle Neptuno, habían abierto un libro de condolencias.

Eran casi las doce de la noche cuando llegamos a la casa, sede de las Damas de Blanco. Junto a una bandera cubana y una foto de Orlando, unas veinte personas se encontraban en la pequeña sala.
Allí conversamos con compañeros del movimiento al cual Zapata pertenecía. Fuera de la vivienda, era visible la presencia de la policía política.

Cuando al filo de las 4 de la madrugada llegué a mi domicilio, tenía un cansancio de siglos. Antes de que el sueño me venciera, revisé las nota tomadas a lo largo del día sobre Orlando ZapataTamayo. Teníamos muchas cosas en común. La pasión por el béisbol y una misma raza. Hubiese querido conocerlo.

Iván García

Fotos: Laritza Diversent. Velorio simbólico en casa de Laura Pollán, el 23 y 24 de febrero de 2010.

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