Desde La Habana

El abuelo de Roxana no se va de Cuba

El 6 de junio de 2003, en la web de la Sociedad Interamericana de Prensa, sin mi nombre, para protegerme de la represión en ese momento existente en Cuba, publicaron un texto mío titulado «El abuelo de Roxana». Ahora, al saber que Arnaldo Ramos Lauzurique es uno de los 10 presos políticos cubanos que hasta la fecha han dicho que no aceptan irse de su país, me ha parecido bien reproducirlo, pero con el título actualizado. A continuación, lo que escribí hace siete años:

Si en el 2021 el economista independiente Arnaldo Ramos, condenado a 18 años de privación de libertad, aún vive, cuando salga de la cárcel su nieta Roxana estará a punto de cumplir los 21. Y él será un anciano de 78 años.

Cada vez que Roxanita, de 3 años, llegaba a la casa de sus abuelos paternos el modesto apartamento se volvía una fiesta. La niña nació prematuramente a los seis meses de embarazo de su madre y la batalla por salvar a aquella cosita unió aún más a la familia.

La pequeña Roxana sabe que es el centro de atención y por ello cuando la llevaron a ver al abuelo Arnaldo en Villa Marista hizo toda clase de monerías. Cantó y bailó, ajena a lo tétrico del lugar. Con su inocencia, por unos minutos logró alegrar a su abuelo, durante días sometidos a intensos interrogatorios que no le permitían conciliar el sueño en una celda que, al igual que las restantes, permanecen encendidas las 24 horas del día.

Me lo cuenta Lidia Lima, la abuela de Roxanita y esposa de Arnaldo Ramos Lauzurique (1942), mulato orgulloso de su origen humilde: nació en el solar El Reverbero, situado en Águila, una de las calles más habaneras de la ciudad. En la época en que Arnaldo y Lidia se hicieron novios, cuando aún no habían decidido sus profesiones, economista él, médico ella (en Cuba no era muy bien visto que un mulato se enamorara de una negra), ni aunque ésta fuera de buena familia y estudiante aplicada.

Ya todo eso forma parte del pasado. Ahora lo que prima es la realidad durísima. En el 2003 Lidia había pensado jubilarse, por tener la edad y el tiempo requerido de trabajo. «Pero ahora no puedo. Necesito el dinero de mi salario para hacer frente a los elevados gastos que ocasionan las visitas a la cárcel en Holguín, a donde enviaron a Arnaldo». La prisión se encuentra a 800 kilómetros de su domicilio, en el municipio Centro Habana.

Sí, es cierto, ha recibido alguna ayuda extra. Así y todo, no alcanza. Porque a los presos, sean políticos o comunes, hay que llevarles infinidad de cosas. Una lista inicial contempla ropa interior, sábanas, toallas, mosquitero, cubo, frazada para limpiar el piso, detergente, spray contra mosquitos y otros bichos, jarros, platos y cucharas plásticas, medicinas, útiles de aseo (jabón, desodorante, pasta de dientes, papel sanitario) y un stock mínimo de alimentos no perecederos, suficientes para tres meses sin visita familiar -los presos de la oleada represiva de marzo del 2003 están catalogados de máximo rigor.

La doctora Lima, como las esposas, madres, hijos y demás familiares de los 78 últimos presos políticos cubanos, donde más dificultades encuentran es en la búsqueda de alimentos que no se echen a perder y que los supervisores carcelarios les dejen pasar. Nada puede estar en envases de cristal o metal. Todo tiene que ir en plástico, lo mejor resguardado posible, por las cucarachas y roedores que abundan en las cárceles.

No es sólo un castigo para la familia de cualquier preso: en la isla corresponde a los familiares la manutención de la estancia del recluso, no importa si ha sido condenado a un año o a cadena perpetua.

Los familiares intercambian experiencias. Por consejo de Elsa Morejón, esposa de Oscar Elías Biscet, Lidia le llevó a Arnaldo perritos (salchichas) en un pote plástico de boca ancha, lleno de aceite vegetal. Y en una botella de aceite echó dientes de ajo. Para la próxima visita, Lidia está pensando llevar carne de puerco frita dentro de su propia manteca “como hacen en el campo, lo único que los guajiros la conservan en latas o cazuelas y no sé si el plástico resista mucho”.

Ya se cumplieron dos meses del arresto y la doctora Lima no ha logrado sobreponerse al shock del operativo policial la noche de la detención, ni del juicio, apresuradamente celebrado el 3 de abril, “sin tiempo siquiera para que pudiera nombrar un representante legal”. Todavía confiesa sentirse extenuada después de recorrer en tres días mil 600 kilómetros, distancia de ida y vuelta entre La Habana y Holguín.

Y sin sacudirse el polvo del camino ni reponerse del cansancio, de nuevo a los preparativos. A buscar y acopiar un sinnúmero de artículos en un país donde ni con dólares se encuentra a veces lo que uno necesita. Queda, sin embargo, la fortaleza interior. “Y el ánimo que Arnaldo me transmitió en la hora y media de la visita”.

Y no lo dice, pero la carta y la postal recién remitidas desde el kilómetro 777 de la Carretera Central, donde se encuentra la Prisión Provincial de Holguín, con sus frases de aliento y esperanza la han reanimado. Aunque sabe que dentro llegó también la nostalgia. Del abuelo por no poder abrazar a su única nieta.

Tania Quintero

Foto: Hadjinold, Flickr

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