El presidente de Ecuador, un hombre obligado a alojar su ego en una montaña cercana a Quito, no admite que la prensa de su país le toque ni con una gota de tinta independiente. Lo demostró en cuanto llegó al poder y comenzó una campaña de insultos y descalificaciones contra los comunicadores y los medios que no le aplauden con disciplina y entusiasmo.
El rechazo es selectivo. Tiene en su colimador a los periodistas
libres. Esta semana, un tribunal de apelaciones ratificó una condena de tres años de cárcel y 40 millones de dólares para un editor y tres directivos de un periódico. La demanda por injurias fue impuesta por Correa.
Así llegó la etapa superior. Un tiempo que abre paso a las agresiones de turbas en las calles, la prisión y exilio. Es la hora en la que el filo deja de brillar en lo alto y baja con violencia, aunque le da un espacio al oportunismo, al miedo, a la complacencia y a los intereses de quienes están dispuestos a luchar por la libertad de expresión hasta la última gota de la sangre de otros.
Los que moderen su lenguaje y escriban piezas dulces y emocionales sobre la gestión presidencial pueden sobrevivir. Estarán en la calle hasta que el Gobierno complete su sistema panfletario. Una máquina que comenzó a crecer con Correa en el poder y ya controla tres diarios, siete estaciones de radio, seis canales de televisión y cuatro revistas temáticas.
El proceso contra la dirección y el jefe de opiniones de El Universo ha dejado a Correa en cueros y con las manos en los bolsillos. Para el periodista colombiano Darío Jaramillo Restrepo, ex presidente de la Fundación Nuevo Periodismo, se trata de «una intimidación a la prensa crítica, al estilo de las más grotescas dictaduras».
En Ecuador y en todo el continente, la maniobra se recibe como un trallazo sucio. Un mecanismo represivo con lechada de legalidad que siembra y afianza el feudo de la autocensura. Por el momento.
Raúl Rivero
El Mundo
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