Desde La Habana

Desconfianza y miedo entre los balseros terrestres cubanos

Para Jorge Echevarría, 25 años, todo comenzó una mañana en La Víbora, barrio al sur de La Habana, cuando una amiga, a través de una conexión telefónica por internet, lo puso en contacto con un coyote ecuatoriano.

“Desde seis años intentaba marcharme de Cuba. Me tiré en balsa tres veces. Siempre fui atrapado por los guardacostas estadounidenses. Fue entonces que me decidí viajar a Ecuador y emprender la marcha por varios países centroamericanos”, expresa Echevarría, mientras espera el ómnibus que lo trasladará a un albergue en el condado de San Ramón, a una hora de camino de la capital de Costa de Rica.

Según Jorge, en Colombia fue despojado del dinero que portaba. “Cerca de 4 mil dólares. Lo llevaba escondido en varias partes del cuerpo y en un forro de la mochila. Me quedé sin un centavo. Cuando llegué a Paso Canoas hacía tres días que no comía. Solo agua y algunos frutos que encontré en el camino”.

La mayoría de los cubanos varados en Costa Rica coinciden que su mayor enemigo son los coyotes, sicarios y guerrilleros del ELN y las FARC de Colombia. “Esa gente no se anda con chiquita. Si no le aflojas el dinero te encajan un tiro. Son analfabetos con armas. Asesinos por placer”, dice Echevarría, sentado en el andén de una vieja terminal de ómnibus en Paso Canoas, Costa Rica.

Varios entrevistados por Martí Noticias aseguran que para iniciar el periplo se necesitan, como mínimo, entre 5 y 8 mil dólares. También un poco de suerte y viajar siempre en grupos.

Cuando usted charla con ellos, en sus ojos cansados y en las historias que cuentan se percibe el peligro que encierra la ruta. Magda, una señora con el pelo teñido de rubio tenía una peluquería en Puerto Padre, Las Tunas, a 700kilómetros al noreste de La Habana.

“Las cosas me iban bien. Al mes ganaba de 90 a 100 pesos convertibles (100 a 110 dólares), que en Cuba es bastante. Pero no hay futuro mi’jo. Soy madre de un hijo de 21 años que todas las noches me recordaba que deseaba largarse de aquella mierda”, apunta sentada en un taburete de madera en un hotel de Paso Canoas.

Magda relata que en su grupo una joven cubana fue secuestrada por sicarios colombianos. “Nos cobraron dinero para pasar y nos dijeron: ‘la chica se queda con nosotros’. A otra la violaron. Este viaje es muy duro. Pero no me arrepiento”.

Alfredo Ávila, 28 años, ingeniero eléctrico en Holguín, dejó en Cuba a su esposa y un hijo. También una casa a medio construir. Su sueño es radicarse en Estados Unidos, trabajar duro y poder sacar a su familia.

Pudo recaudar el dinero “en negocios más o menos ilegales y con la venta de una casa. A un pariente que vive en Miami, en uno de sus viajes a Cuba le entregué 10 mil dólares que me va girando de a poco. El plan era simple. Amigos de Holguín me dieron contactos en Ecuador. Para preparar mi fuga, viajé dos veces a Quito. Cuando me decidí, entré en contacto con coyotes ecuatorianos. El itinerario es difícil y peligroso. Lo ideal es viajar con poco dinero. Y esconderlo lo mejor posible”, cuenta Ávila en el recibidor del precario hostal El Azteca.

Eddy Alfonso Rubio, 29 años, técnico en gastronomía, residía en el poblado costero de Santa Cruz del Norte, en la provincia de Mayabeque. Aunque el viaje fue complicado, ahora en Costa Rica, más distendido, bebe sin parar una cerveza tras otra.

“Era cantinero en un restaurant estatal. Ahorré dinero con las propinas y otros negocios. Dejé en Cuba a mi esposa y una hija. Las reformas económicas de Raúl Castro no han traído beneficios para la mayoría de la población. Aquello (la isla) no tiene solución. Lo mejor es largarse. Cuanto antes mejor”, expresa.

Cuando usted le pregunta sobre temas políticos, los balseros terrestres cubanos ponen caras largas. En un mirador del poblado La Cruz tres mujeres sentadas en el piso no quieren abordar el tema.

“Tú estás loco. Si nos viran, esa gente nos pasan la cuenta”, señalan. Una mulata de ojos claros y otra amiga comentan en voz baja que “si por hablar en contra del gobierno nos dieran la visa, habría que darnos palos para quenos calláramos”, comentan en un parque de La Cruz.

La mayoría de los cubanos que viajan por tierra son muy cautos a la hora de hablar de política. Fuera de cámara reconocen que el culpable del manicomio económico cubano es el régimen de los Castro.

Pero delante de un micrófono todo son justificaciones. Como las expresadas por dos amigos a la entrada del refugio en el asentamiento de La Cruz: “Dejé familia en Cuba”, se justifica uno. Y el otro alega: “Si hablo cosas que al gobierno no le gusta puede que no me permitan entrar al país”.

Joan Carbonell, 24 años, es graduado de informática. Trabajó en la página web del diario Juventud Rebelde y es desconfiado por partida doble. Antes de dar su opinión, le pidió a una amiga del periódico, mediante conexión de datos por telefonía móvil, comprobar el perfil del periodista.

Después, a modo excusa, expresó: “Caballo, no tengo nada en contra, pero es que ustedes trabajan en Radio y Televisión Martí. Y hablar ante la cámara puede traerme consecuencias futuras en Cuba”.

Más allá del esfuerzo y el gasto de dinero en su marcha por tierra hacia Estados Unidos, esta nueva hornada de emigrantes cubanos cargan con el miedo en las mochilas. Un Fidel Castro vestido de civil que muchos no pueden superar.

Iván García, desde Costa Rica

Foto: Tomada de Deutsche Welle.

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