Desde La Habana

Demasiado montaje para un «delincuente»

El Departamento de Seguridad del Estado, la policía política cubana, lleva tantos años como la revolución haciendo fotos y videomontajes.

En su mira no sólo están opositores y periodistas independientes, también cargos partidistas, estatales y militares; famosos nacionales, empresarios y corresponsales extranjeros que comiencen a ser «no confiables».

Entre los defenestrados recientes, que fueron objeto de toda clase de vigilancia, se encuentra el exsecretario personal de Fidel Castro, Carlos Valenciaga.

En los primeros años de la llegada al poder de los barbudos, las escuchas telefónicas y fotomontajes eran más burdos, menos sutiles, acorde al desarrollo tecnológico de la época. Uno de los más conocidos, ocurrió en 1968, cuando el proceso contra Aníbal Escalante, histórico del Partido Socialista Popular, acusado de sectarismo en aquel culebrón político que quedó conocido como «la microfracción«.

Entonces, como ahora están haciendo con Reina Luisa Tamayo, la madre de Orlando Zapata, la policía política no respetó el duelo de una familia por la pérdida de un ser querido. Se trataba de la esposa de mi primo Francisco Roca Antúnez, uno de los cuatro hijos de Blas Roca, secretario general del Partido Socialista Popular. Y como la orden era espiar a supuestos seguidores de Aníbal Escalante, todo el tiempo estuvieron presentes en el velorio y el entierro de la nuera de Blas Roca, tirando fotos y grabando conversaciones.

Con mayor o menos destreza y publicidad, similares han sido los métodos utilizados, en casos tan distintos como el del «espía Francisco», militar acusado de ser agente de la CIA y posteriormente fusilado, en los años 70, o del reconocido disidente Elizardo Sánchez Santacruz, y a quien hasta le editaron un libro, El camaján.

Pese a ser un hombre tímido y callado, Orlando Zapata Tamayo se convirtió para los carceleros del Ministerio del Interior, en uno de sus presos políticos más rebeldes y contestatarios, de los miles que han pasado por las cárceles cubanas en estos 51 años.

Apenas un año después de haber sido arrestado Zapata Tamayo, durante la oleada represiva de marzo de 2003, el periodista independiente Ernesto Roque, en información publicada en Payo Libre el 28 de febrero de 2004, recogía las siguientes palabras de Reina Luisa Tamayo, sobre el estado en que vio a su hijo Orlando, cuando el 26 de febrero lo visitó en la prisión de Guanajay:

«Tiene toda la boca desbaratada, ya que según me contó, lo amordazaron metiéndole un trapo con tres nudos y luego una linterna en la boca, para que no gritara Vivan los Derechos Humanos. Esto se lo hicieron en 100 y Aldabó (sede del Departamento Técnico de Instrucción), a donde fue trasladado en dos oportunidades por orden del Jefe de la Seguridad del Estado».

Reina Luisa añadió que su hijo le dijo, que a su reingreso a la prisión, y luego de 17 horas sin haber ingerido alimentos, en un cuarto frío y encadenado, un Coronel le ofreció pan con jamón y una naranja, con el objetivo de fotografiarlo. Alimentos que rechazó Zapata Tamayo.

Cuatro años después, el 8 de diciembre de 2008, la periodista independiente Caridad Caballero Batista, desde Holguín, y también para Payo Libre, reportaba que el 2 de diciembre, Reina Luisa visitó a su hijo en la prisión Cuba Sí, de Holguín, y éste le comunicó que el 30 de octubre, mientras se encontraba realizando una huelga de hambre, fue víctima de «un vil montaje preparado por la Seguridad del Estado y la dirección del penal».

Zapata Tamayo contó a su madre que lo trasladaron en la cama para una oficina donde había un televisor, lo vistieron con ropa de preso común y la doctora simuló darle atención médica, para tomarle varias fotos.

Dos momentos, con cuatro años de diferencia, relatados por el propio Orlando Zapata Tamayo. Probablemente hubo otras situaciones aprovechadas por agentes de la Seguridad del Estado, para ir engrosando el expediente de una madre y un hijo, quienes sólo por el hecho de haber nacidos negros y pobres, deberían haber sido  «obedientes revolucionarios». Y además, orientales, de Holguín, la misma provincia de los Castro.

No dudo que como la inmensa mayoría de los cubanos, en los primeros años de la revolución los dos fueran revolucionarias y hasta llegaran a ser militantes comunistas. Pero lo cierto es que, a partir de diciembre de 2002 y enero de 2003, que es cuando en la prensa independiente se le puede dar un seguimiento informativo, Orlando Zapata Tamayo ya era un opositor declarado.

Un hombre que en los 7 años en que permaneció preso, no perdió oportunidad para escribir y gritar ABAJO FIDEL y VIVAN LOS DERECHOS HUMANOS.

Y lo hacía consciente de que escribir o decir eso en Cuba constituye un delito, de acuerdo al Código Penal vigente. De ahí que de los 3 años iniciales de condena (en juicio celebrado el 3 de mayo de 2005, en el Tribunal Popular de 10 de Octubre, luego de llevar más de dos años tras las rejas), le fueran añadiendo años, en juicios sumarios, con militares sin presencia de público ni familiares, y llegaran a imponerle un total de 42 años de privación de liberación, posteriormente disminuidos a 32 por una sanción conjunta.

Ante un hombre así y ante una madre que ni un solo día se quedó callada, era de esperar, sobre todo después de la repercusión internacional que ha tenido su muerte, el 23 de febrero, que la policía política echara mano de todas las fotos y grabaciones, y de la complicidad de funcionarios, médicos y especialistas, reales o ficticios, y preparara y manipulara un artículo y un video.

Demasiado montaje para intentar denigrar la memoria de un cubano, que según el régimen, no fue un prisionero de conciencia -reconocido por Amnistía Internacional el 29 de enero de 2003- sino un «delincuente común».

Tania Quintero

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