Desde La Habana

Delincuentes y leales

Parece un juego de niños. Dos bandos. Buenos y malos. El gobierno cubano nos quiere hacer ver como una partida de maleantes, ineptos, delincuentes, mercenarios y traidores a la patria.

Pero la vida es más compleja. Tiene matices. Nada es en blanco y negro. Se crea un mal precedente cuando el presidente de un país pretende gobernar exclusivamente para sus seguidores.

Se fractura la sociedad. Se polariza. Se crean odios innecesarios entre los ciudadanos, sólo porque se piensa diferente. Y eso es lo que viene haciendo el régimen cubano desde hace 51 años.

Dentro de la revolución todo, fuera de ella nada, dijo Fidel Castro ante impávidos intelectuales en 1961. Ésa ha sido la regla maestra que orienta a quienes administran la isla.

Los Castro siguen un camino trillado. Manipular a la sociedad no es algo novedoso. Fue el modo de operar de Hitler, Mussolini, Stalin y el resto de los países satélites de Europa del Este.

Es más cómodo gobernar cuando se reprime a los que tienen criterios diferentes. Cuando se controla el flujo de la información, y se tiene como instrumento a una prensa dócil, que endiosa a su líder y escribe lo que se les oriente.

No se puede hablar de democracia cuando se violan estos preceptos. No se debe usar esa palabra, cuando sus ciudadanos tienen que pedir permiso para salir de su patria o visitarla.

Es infame pronunciarla cuando se le cierran las puertas, como si fuesen parias, a los cubanos que disienten con la corriente ideológica oficial. Se está lejos de ser humanista o demócrata cuando se encarcela a personas por escribir o tener un prisma político distinto.

No es creíble un gobierno que acusa a todo aquél que se le opone con una sarta de improperios. Para los hermanos Castro no hay un opositor, periodista independiente, bloguero o activista de derechos humanos que no sea delincuente o mercenario al servicio de Estados Unidos o la Unión Europea.

No hay una figura válida en la disidencia. El camino de incentivar el rencor es un callejón sin salida. Nada resolverá. No se solucionarán los graves problemas políticos y económicos que padecemos.

Con monólogos, Cuba no va salir de la grave crisis económica que padece desde hace dos décadas. Probablemente se hunda más. Sin un diálogo articulado y sensato nunca, tendremos una democracia real.

Con las consignas y el discurso duro de guapo del barrio, de que «la calle es de los revolucionarios», y de probar quién tienen más cojones, se retrocede a los peores instintos del ser humano.

Si lo que se vive en Cuba en esta primavera del 2010 es democracia participativa, entonces mal andamos. Han perdido el foco sus estrategas. Para encontrar una solución a los problemas agudos de la isla no se necesita violencia. De ningún tipo. Ni verbal, ni física.

Con la lucha pacífica se han resulto muchos entuertos. Lean a Gandhi. Indaguen con Mandela. Pregúntenle a un tal Václav Havel.

Iván García

Foto: Hop-Frog, Flickr

Salir de la versión móvil