Desde La Habana

Cuba: papas por la libre (cuando hay)

En un sucio y destartalado agromercado con el piso cubierto de tierra rojiza y anaqueles oxidados en el populoso barrio de El Pilar, municipio Cerro, a diez minutos en auto del centro de la capital, Sandra, ama de casa, estuvo dos noches haciendo cola, a la espera de las papas.

“Como a las tres de la tarde llegó el camión. Demoraron una hora en descargarlas y cuando comenzaron la venta, la cola tenía ya una cuadra de largo. El jaleo fue tremendo. Tuvo que venir la policía a poner orden. Se coló un montón de gente y me quedé sin comprar papas. El administrador y los empleados guardaron una gran cantidad de sacos, para venderlas por la izquierda”, apunta Sandra, quien dos días después pudo comprar veinte libras de papas tras otra noche de cola.

Ni el show del comediante estadounidense Conan O’Brien en La Habana, los selfies de Paris Hilton y Naomi Campbell con los play boys de la burguesía local o los bretes del presidente Nicolás Maduro, han disociado a los cubanos de a pie de sus urgencias cotidianas.

Sobre todo, conseguir comida. Rayando la primavera, tras diez meses de ausencia, a la cocina cubana regresa la papa. Un alimento que fue adquiriendo la categoría de especial a partir de 1959.

Marta, maestra jubilada, estuvo en una cola de cuatro horas bajo un sol de fuego para comprar papas. “Es un alimento que resuelve, porque la dieta en Cuba es muy pobre. Arroz, a veces potaje, pollo de en vez en cuando, mucho huevo y la carne que más se come es la de cerdo. La papa es el comodín perfecto. Te agranda las comidas. Si haces carne con papas o fricasé de pollo, alcanza para varias personas. A la tortilla le da cuerpo. Y si escasea el arroz, a fin de mes puedes hacer puré de papa y te mantiene el estómago lleno”.

Hasta 2009, la papa se vendía por la libreta de racionamiento. Pero a Fidel Castro se le ocurrió diseñar un plan para mantener abastecido de papas los agromercados durante todo el año.

Castro mandó a construir decenas de mercados concentradores y frigoríficos para su preservación. Y aseguró que todos los meses, a cada persona se le vendería una cantidad de papas por la libreta.

El 1 de noviembre de 2009, las papas y los chícharos comenzaron a venderse por la libre en toda la Isla. La papa, a peso la libra. Desde hace tres años, el tubérculo se convirtió en un producto exótico.

“Hay que esperar a la cosecha de invierno y primavera para poder comprar papas, haciendo extensas colas. O adquirirlas en el mercado negro, donde una jaba de tres a cinco libras de papas te cuesta 25 pesos”, dice Agustín, obrero.

“Llego muerto de cansancio del trabajo y tengo que ponerme a hacer cola por la tarde, bajo el sol, o de madrugada. Las prefiero fritas, pero cuando tengo papa no tengo aceite para freírlas”, se lamenta.

Los que reciben remesas o tienen negocios privados, pasan de las colas. “Por 70 pesos, un tipo me trae un saco de papas hasta la puerta de mi casa. Si tengo que hacer cola no las como. Por suerte, una hija que vive en el extranjero todos los meses me manda dinero. Cuando la papa desaparece de los mercados, por 7. 50 cuc compro un paquete de papas congeladas pre-fritas”, explica Samuel, taxista.

Osmelio, dueño de una cafetería que oferta comida y sandwiches en la barriada de La Víbora, compró veinte sacos de papas, a 50 pesos cada uno. “Estoy vendiendo el plato de papas fritas a 15 pesos. Después de tanto tiempo sin comer papa, la gente que tiene posibilidades la compran a cualquier precio”, apunta.

Tras 56 años de autocracia verde olivo, platos habituales en la mesa del cubano se han ido convirtiendo en recuerdos lejanos. La carne de res, camarones, pargos y frutas como el anón o la guanábana, son un lujo en la dieta nacional. La papa está en la lista de espera.

Iván García
 
Foto: La policía tuvo que controlar la cola para comprar papas en el mercado Milagro, perteneciente al EJT (Ejército Juvenil del Trabajo), situado en el municipio 10 de Octubre. Foto de Manuel Guerra Pérez, tomada de Cubanet.
 
Nota.- A propósito de la perenne escasez de productos agrícolas en una isla de buenas tierras y clima tropical, un amigo me decía: «En Cuba se quejan de la escasez, pero no se les ocurre resolverla sembrando tomates u otros vegetales, aunque sea en macetas y canteros pequeños, plátanos en patios o papas y ajos en cubetas plásticas como se hacía en mi casa de La Habana. Nunca se me olvidará una vecina que se burlaba y le decia a mi madre que ella no lo hacía porque no era campesina. Ya que no le plantan cara a la dictadura, bien podrían plantar para comer». 
 
Y tiene razón. En muchos países, unos más desarrollados que otros, la gente anhela tener un pedacito de tierra para sembrar hortalizas y flores. De lunes a viernes, veo por la BBC un programa titulado Escape to the Country, donde a residentes en ciudades del Reino Unido, les muestran tres casas en el campo y al final se deciden por una, acorde a su presupuesto. No todos son jubilados o personas próximas a jubilarse, también hay parejas jóvenes, que no solo buscan la tranquilidad y la belleza de la campiña, si no la posibilidad de tener jardín, huerto y hasta un gallinero. Todo ese amor a la naturaleza se fue perdiendo en Cuba, igual que los oficios de costureras, sastres y zapateros, entre otros (Tania Quintero).
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