Desde La Habana

Cuba: pantalones sin bolsillos

Cuba: pantalones sin bolsillos

Cuba: pantalones sin bolsillos

En medio de la campaña propagandística que asoló Cuba cuando Fidel Castro y sus amigos decidieron imponer el socialismo, solía decirse con orgullo que los comunistas odiaban el dinero. La vida demostró después, y reafirma ahora todos los días, que el dinero que los camaradas de la Sierra Maestra odian y, en realidad les da miedo, es únicamente el que ellos no pueden controlar.

La patraña del desprecio de los jefes de la vanguardia de la clase obrera por la moneda provocó que el sentido del humor y la crítica de los más avezados de aquellos años respondieran con la afirmación de que los pantalones que se producirían en el futuro en Cuba no llevarían bolsillos, sino unos ganchos de metal para conservar los vales de las operaciones comerciales.

Hace un tiempo, los austeros personajes que supuestamente rechazaban el dinero se vieron obligados a liberar pequeñas zonas de la economía privada para aliviar la ruina que ha provocado el fracaso del socialismo. Junto a esas medidas hicieron un llamado urgente a la inversión extranjera y trataron de dar una imagen de apertura y cambios en el rumbo de la sociedad cubana.

Los inversores comenzaron a llegar de inmediato y de todas partes. Y algunos sectores de la ciudadanía iniciaron labores independientes como choferes de sus viejos carros americanos del siglo pasado o camareros en pequeñas fondas caseras autorizadas por el gobierno.

Pues bien, una vez alcanzada cierta estabilidad para continuar en el poder y afianzar el sueño de la permanencia de la oligarquía familiar, el castrismo volvió a desenvainar los machetes contra los cubanos que, mediante su trabajo, han conseguido independencia y cierto desenvolvimiento económico: los dueños de los paladares y los taxistas.

Se sabe que en los últimos días han cerrado numerosos restaurantes privados y se anunciaron medidas para restringir el desarrollo de esos establecimientos. Poco antes se publicó en los medios oficiales la amenaza de que, en caso de cometer ciertas infracciones, se quedarían sin licencias de trabajo los choferes de los famosos almendrones.

Esos ciudadanos, así como los que se han liberado del estado mediante la renta de habitaciones de sus residencias, están en la mirilla implacable de los inspectores que designa la nomenclatura para sacar del juego a los que se pasen de la raya trazada en un salón del Comité Central.

En Cuba, además del dinero que no pueden administrar y poner a su servicio, los comunistas tienen otros dos odios viscerales: la oposición pacífica y el periodismo independiente. Frente a ellos nunca se han puesto disfraces. Ni han guardado nunca la pistola.

Raúl Rivero
El Nuevo Herald, 28 de octubre de 2016.

Foto: Tomada de Cubadebate.

Salir de la versión móvil