Desde La Habana

Cuba, diez años después, ¿cómo será?

En 2022, Fidel Castro tendría 96 años. Su hermano Raúl, 91. Si aún Dios no ha pasado a recogerlos, es probable que sean dos ancianos poco lúcidos bajo el cuidado de una cuadrilla de enfermeras militares que cada cierto tiempo cambian su orinal y les den compotas y papillas en cucharadas.

Puede que todavía Castro I escriba alguna sombría reflexión sobre el fin de la raza humana. Para esa fecha, estarían culminadas las obras en sus nichos definitivos. El comandante único descansaría en un fastuoso panteón en Santiago de Cuba o la Sierra Maestra. El General sería sepultado en Holguín o el Segundo Frente. Los mejores escultores de la isla habrían diseñado un impresionante mausoleo que serviría como sitio de peregrinación del turismo revolucionario mundial.

No me queda claro cuánto tiempo podría extenderse el duelo nacional al morir Fidel Castro. Quince días, un mes… Abrirán un libro de condolencias en la base del Monumento José Martí, en la Plaza de la Revolución. Muchos cubanos piensan que Fidel será embalsamado. Raúl no, es más ordinario.

Pero en lo que todos coinciden y lo dan por seguro, es que si dentro de diez años, sigan vivos los hermanos de Birán o ya descansen en paz en sus panteones orientales, el futuro de Cuba sigue siendo una incógnita.

Hay cuatro escenarios posibles. Los hijos de Castro II, Mariela, Alejandro o el yerno López Callejas, consolidan su poder. Amplían las reformas económicas. Permiten negocios de cubanos residentes en Estados Unidos. Tiran abajo las absurdas leyes migratorias. Legalizan los grupos o partidos opositores previamente colonizados y penetrados por los servicios especiales. Firman un acuerdo con Estados Unidos para combatir el tráfico internacional de drogas y el terrorismo. Y prorrogan el tratado migratorio de 1994, para impedir que los cubanos abandonen ilegalmente su país.

Sería una buena jugada. Pero el poderoso lobby cubanoamericano no se tragará la píldora de esa versión del castrismo light y el gobierno estadounidense seguiría manteniendo en pie el embargo económico y financiero.

Pasemos a otro escenario. Empresarios de verde olivo podrían buscar un trato con políticos del Norte y apostar por una democracia a medias. Por lo ‘políticamente correcto’. Respetarían los derechos humanos y autorizarían todos los partidos políticos a cambio de controlar el poder y la derogación del embargo.

Los analistas y políticos pragmáticos de Estados Unidos lo verían con buenos ojos, conscientes de que un gobierno débil podría provocar una gigantesca oleada de emigrantes. Y sin un hombre fuerte, Cuba podría ser terreno fértil de los narcos mexicanos, colombianos y latinoamericanos en general.

Si para esa fecha la disidencia hubiera hecho un trabajo a fondo en las comunidades y no acepta regalías ni componendas con reciclados del viejo poder, se convertiría en un adversario formidable y un garante de una auténtica democracia.

La tercera variante es que aparezca un Jaruzelski tropical. Un militar decente y de honor que establezca una junta cívico-militar, con el apoyo de la iglesia católica (ojo: otro actor importante en el futuro) disuelva el aburrido y monocorde parlamento y en el plazo de un año convoque a elecciones generales.

Con todas las partes, esa junta elaboraría una nueva Constitución. Eso sí, a cambio pedirían inmunidad y formularían una ley que prohiba juzgar las violaciones de los derechos humanos en el gobierno anterior.

La cuarta variante tendría como protagonista a los pobres de algún barrio marginal habanero. Gente cansada del socialismo, sin futuro y con grandes carencias materiales, se tira a la calle y empieza a asaltar tiendas por divisas.

Los disturbios cobran fuerza y en enérgicas marchas por el Paseo del Prado y el Parque Central, se pide el fin de la autocracia. Los imprevistos actores políticos cobrarían un rol fundamental a la hora de negociar un pacto.

En cualquiera de las variantes, el papel de exilio será fundamental. En la diáspora podrían surgir pillos y oportunistas que pactarían hasta con el diablo por tal de montar sus negocios y tejer una alianza con los nuevos gobernantes.

Sea lo que sea, dentro de diez años el problema a resolver de Cuba seguirá siendo generar un robusto crecimiento económico. Y seguirán habiendo asuntos insoslayables. Como la compensación a empresas estadounidense y propietarios cubanos que fueron despojados de sus bienes por la revolución de Fidel Castro. Entonces habrá que negociar: para esa fecha, las arcas públicas estarán vacías.

Si se apuesta por la democracia real, es importante que los bancos y financieros mundiales, contribuyan a que a ese nuevo Estado les sean devueltos los millones que duermen plácidamente en cuentas secretas en el extranjero.

Puede que el camino de la isla sea otro. Nadie sabe. Pero la suerte se decide en una década. Ahora mismo está pasando el último rollo de la película. ¿Es usted optimista con el futuro de Cuba? Yo soy escéptico.

Iván García

Foto: Red Cubana de Comunicadores Comunitarios. Letrero que apareció en un muro del centro deportivo El Pontón, Centro Habana, en julio de 2012.

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