Desde La Habana

Cuba: Desfiles y pachangas revolucionarias

Delfín, 28 años, ingeniero, el sábado 16 de abril hubiese preferido haber estado en una playa al este de La Habana. Era lo que tenía previsto. Un litro de ron, media docena de latas de cerveza y junto a sus amigos, beber e intentar ligar alguna de las jóvenes solteras que laboran con él.

Pero Cuba está en Congreso. Y el relajado fin de semana entre cocoteros enanos y sol se trocó en una marcha de dos horas en la Plaza de la Revolución. “Soy nuevo en mi empresa. No quiero señalarme por no participar en actividades revolucionarias, sobre todo ahora que ya se formó una comisión encargada de mandar a sus casas a los trabajadores excedentes. No deseo ser uno de ellos. De cualquier manera, no la pasé mal. La noche anterior estuve con socios del barrio jugando dominó y bebiendo ‘cuba libre’. A las 7 de la mañana ya estamos sabrosos (ebrios). En la Plaza había muchísima gente. Con un sol de espanto vi el desfile militar, luego mi empresa marchó junto a la tribuna. Lo mejor fue que ligué una mulata”, comenta Delfín, colorado como un tomate.

Al mal tiempo buena cara. Felicia, 34 años, arquitecta, al igual que Delfín acudió de poca gana al multitudinario desfile militar previo a la inauguración del VI Congreso del Partido Comunista de Cuba. Ese día deseaba desrizarse el pelo. “Pero el jefe nos pidió que fuéramos. Además de mi salario, me pagan 27 pesos convertibles y se rumora que en el horizonte hay un viaje de trabajo al exterior. Y a la hora de elegir quien viaja, siempre sale a relucir la integridad revolucionaria. Necesito ese ‘faster’ (vuelo). Con el dinero de las dietas, más la pacotilla que compre, podré reunir para mi boda y quizás hasta reparar mi habitación”, dice Felicia, quien lleva una visera  dedicada a los cinco espías cubanos presos en Estados Unidos.

Todos los nacidos después de la revolución de Fidel Castro, al menos una vez en su vida, han participado en una pachanga revolucionaria en la Plaza de la Revolución. Es como ir a la Meca para un musulmán. Cuando el comandante único vestía de verde olivo y calzaba botas, los ‘actos de reafirmación revolucionaria’ se daban por cantidades industriales.

Cinco o seis al año. A veces más. No se tiene constancia del costo en dinero de esas movilizaciones. El transporte público cesaba su servicio desde las 12 de la noche del día anterior. Luego, en varios puntos de la ciudad, debidamente divulgados por la prensa oficial, toda la flota de ómnibus de La Habana estaba lista para trasladar al personal hacia la Plaza.

Pero desde el 24 de febrero del 2008, cuando el General Raúl Castro se puso al frente de la nación, las tediosas marchas y discursos de muchas horas bajo el sol han disminuido en grado sumo. La gente de a pie se lo agradece. No por gusto en la calle le dicen ‘Raúl el breve’. Habla poco y no arma tanto revuelo político como su hermano, un verdadero doctor en ciencias a la hora de volcar a la gente hacia las calles.

Nunca ha sido obligatoria la asistencia a este tipo de evento. Vas si te da la gana. Muchos se quedan durmiendo en casa o arreglando sus plantas. Pero la revolución de los Castro es una compleja cadena de compromisos.

Si se trabaja para el Estado, el 90% de la población laboral, y tienes un buen puesto, entiéndase barman de un hotel, aduanero del aeropuerto o te han asignado un coche por tu empresa, siempre es recomendable asistir. El ojo vigilante de ese ‘Gran Hermano’ que es el núcleo del Partido está viendo tu forma de manifestarte hacia las convocatorias revolucionarias.

Con el paso de los años y el desgaste lógico del régimen, a muchos, como Antonio, electricista, le da igual. “En mi trabajo no me pagan divisas. Ni siquiera tengo almuerzo. Yo gasto más dinero en ir y venir al trabajo y comer algo en la calle de lo que gano como salario. No voy a votar en ninguna elección y mucho menos a tomar una sauna en la Plaza de la Revolución”.

En la primavera del 2011 ya el estado benefactor cubano está en liquidación. Antaño, lo bueno que podría suceder en tu vida dependía de la conducta que asumieras de cara a la revolución socialista «de los humildes, por los humildes y para los humildes» que este 16 de abril celebró 50 años.

Tal actitud era necesaria para obtener una casa, un refrigerador, un televisor en blanco y negro fabricado en Moscú o un despertador. Todo se canjeaba por bonos de participación en actos oficiales o trabajos voluntarios.

Ya no. El régimen quiere aligerar sus gastos públicos y que la gente se la apañe como pueda. Precisamente en el recién comenzado VI Congreso se debatirá de qué manera puede echar andar la moribunda economía local. Y eso pasa por eliminar la mayoría de los subsidios estatales y enviar al paro a un millón 300 mil personas en menos de dos años.

En la calle no hay muchas expectativas con el Congreso. La mayoría de las personas piensa que del evento de los comunistas no saldrá nada que le dé un vuelco a sus vidas.

Eso sí, existe una curiosidad morbosa por saber si Fidel Castro sigue al frente del Partido o se jubila a tiempo completo. Y se dedica a escribir sus memorias, dejando que los especialistas dirijan la economía. También despierta interés conocer quién ocupará la segunda posición dentro del Partido, si Raúl es elegido primer secretario.

Para  el ingeniero Delfín y sus amigos los temas que se debaten en el plenario del Palacio de las Convenciones pasan a un segundo plano. Sobre todo el día del gran duelo entre el Barcelona y el Real Madrid en la liga española de fútbol, la más seguida en la isla después del béisbol. “Eso para mí tiene más morbo”, dice Delfín camino a un café del Vedado para ver el partido. Cada cual vive el fin de semana a su manera.

Iván García

Foto: El Mundo/AP

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