Desde La Habana

Carter, un negociador que complació a todos en Cuba

En la política real es importante lo que informan los medios. Pero más trascendental aún resulta lo que no se dice. Los tres días de James Carter en La Habana hace presumir que la administración de Barack Obama solicitó al expresidente de Estados Unidos sirviera de mediador en el rife-rafe con el contratista judío Alan Gross, sancionado a 15 años de cárcel por pretender montar sistemas informáticos y de comunicaciones paralelos no autorizados por el régimen cubano.

De hecho, además de sus encuentros con gobernantes y funcionarios, la iglesia católica y la comunidad judía y con un grupo de disidentes, a Carter se le permitió visitar y  platicar con el atribulado Gross, de 61 años.

Carter es un viejo conocido en la política mundial. Ha intercedido en un sinnúmero de conflictos globales y monitoreado diversos plebiscitos en naciones poco dadas a seguir normas democráticas. En 2002 fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz.

Cierto que durante su mandato (1977-1981), en pleno período de guerra fría, sufrió el varapalo de la crisis de los rehenes en Irán, que le costó su reelección, y que Fidel Castro, a pesar de las concesiones del mandatario estadounidense en la relajación del embargo económico y la creación en La Habana y Washington de oficinas de intereses, lo cual allanaba el camino para un diálogo a corto plazo entre ambas naciones, no supo, o no quiso, aprovechar las oportunidades ofrecidas por Carter.

Claro, por esa fecha, el comandante único se sentía fuerte. Era la época que la desaparecida URSS inyectaba con miles de millones de rublo a la economía local y dotaba al ejército cubano con armas convencionales de última generación. Castro olímpicamente ignoró el ofrecimiento de James Carter. Y siguió en sus planes de guerra por África. Fidel Castro es uno de los culpables que el injusto embargo siga en pie.

Nadie niega la ética y honradez a prueba de bombas de Carter. Tampoco sus deseos de un mundo mejor. Pudiera pensarse que es un ingenuo. En determinada etapa se le llamó ‘Carter el tonto’, por anteponer sus deseos de coexistencia pacífica a la política real. De cualquier manera, es un tipo para respetar. En su segunda visita a La Habana, supo complacer a todos. Que no es fácil.

Coincidió con el gobierno cubano en el tema de la liberación de cinco espías encarcelados en Estados Unidos y el fin del embargo. Pero mantuvo en alto sus principios democráticos, al pedir respeto por la libertad de expresión y asociación.

Se reunió con figuras de los dos bandos políticos. Al igual que en su primera visita, en mayo de 2002, Carter no pudo ser manipulado por los autócratas que rigen los destinos de Cuba. Lo que dijo es lo que piensa. Declaraciones públicas aparte, Carter tenía una misión. Negociar la liberación o posible canje de Alan Gross.

Fuera de ese tópico, poco más podrá alcanzar. Y Carter lo sabe. Sería muy pretencioso pensar que el exmandatario estadounidense pueda impulsar un diálogo serio y reflexivo entre la oposición y el gobierno.

Aunque ya tiene 86 años, lo podría intentar. De cualquier manera, quedó bien con todas las partes. Los Castro escucharon la música que les gusta. Libertad para sus espías presos y que de una vez por todas se acabe el añejo embargo, para que 5 millones de turistas gringos vengan a gastar sus dólares en la isla de verde olivo.

Los invitados de la oposición tampoco se sintieron ninguneados. Expresaron sus puntos de vistas en  intercambios breves con el expresidente. Y Carter los tuvo presente cuando en la televisión estatal mencionó el derecho a la libertad de palabra y reunión de quienes piensan diferente.

Al igual que en 2002, la visita del exmandatario poco influirá en los futuros cambios económicos y políticos que Cuba pide a gritos. Sí llama la atención cómo el gobierno de los Castro es capaz de dialogar sobre cualquier tema con personalidades de Estados Unidos y se tapa los oídos y reprime con furia a la disidencia interna.

Un punto que los demócratas en la isla tienen que hacerlo valer. Sospecho, que incluso, el día que Estados Unidos derogue el embargo y se normalicen la relaciones, el gobierno siempre tendrá a mano un buen pretexto para detener los cambios.

Dejar a los hermanos Castro sin argumentos es una tarea ardua. La oposición local tiene que arremangarse la camisa y exigir un diálogo cara a cara con el régimen. El problema de Cuba es un asunto que concierne a todos. Y solo nosotros podremos hacerlo realidad. Gente como Carter no va a resolverlo. Además, no vino a eso.

Iván García

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