Desde La Habana

Café sin leche

En el otoño cubano del 2010, con lluvias memorables en el centro y oriente de la isla, se respiran aires de pesimismo. Una nueva crisis. Otra más. De escasez material y espiritual estamos hartos. Somos uno de los países del planeta mejor preparados para sufrir. Un mérito de la revolución de los hermanos Castro.

Antes de ir al colegio, los niños menores de 7 años, toman un vaso de leche, hasta esa edad garantizado por la libreta de racionamiento. Los más grandes, a no ser que sus padres tengan divisas, café claro o lo que se pueda conseguir para desayunar.

La leche es un lujo en Cuba. Sobre todo la de vaca. La alternativa, para aquéllos que puedan pagarla, es la leche en polvo, a 5.25 pesos convertibles (casi 7 dólares) el kilo. O en el mercado negro, a 30 pesos (un dólar 25 centavos) medio kilo. Cuando se encuentra, que es casi nunca.

Ahora, según los bodegueros, el Estado piensa eliminar el café de la cartilla de abastecimientos. No es gran cosa. Un sobre de 10 onzas per cápita, cada dos semanas, de una calidad infame.

Pero es el desayuno de cabecera del cubano de a pie, que lo toman solo. Incluso el café por venta libre corre peligro de extinción. Si damos crédito a la prensa oficial, Cuba tuvo que invertir 40 millones de dólares para comprar café en el mercado internacional.

Entonces hay que hacer recortes. Y como el pato siempre lo paga el pueblo… Adiós a la etapa, en los años 60, cuando se produjo hasta 60 mil toneladas de café. O cuando en la década de 1940 se exportaba.

De nada valió la peregrina idea de Fidel Castro de intentar sembrar café caturra a lo largo y ancho de La Habana, para que la capital se autoabasteciera. El problema es casi todo lo que él toca, desaparece.

Y le llegó el turno al café. Si comienza a escasear, habrá que adquirirlo en monea dura. Quienes puedan. Pero, al levantarse ¿qué tomará la gente humilde sin acceso a dólares o euros? Quizás tilo u otro cocimiento. O «sopa de gallo» (agua caliente con azúcar morena).

Me gustaría saber si el néctar negro desaparecerá también de las oficinas del comité central del partido comunista y otras altas dependencia oficiales, donde los dirigentes toman una tacita acabado de colar y el resto lo guardan en termos grandes e importados.

Café fuerte, de buena calidad. Claro, los jefes no tienen por qué abrirle otro agujero al cinturón. Ellos son los líderes. Y son diferentes.

Iván García

Foto: Inflekt, Flickr

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