Desde La Habana

Bolsillos vacíos en un septiembre habanero

En este septiembre, donde el verano comienza a decir adiós, La Habana es una cadena de tenderetes vendiendo pacotillas; cafés privados, paladares más o menos caras, anaqueles de objetos religiosos y libros gastados o repisas de tosca madera donde la gente cuelga medio centenar de discos piratas.

Hay para elegir. Si tienes entre 20 y 50 pesos, en Los Olivos, un café de la barriada habanera El Sevillano, puedes desayunar un bocadito de queso, una hamburguesa doble o un sandwich estilo cubano, con pan de corteza dura.

A un kilómetro, calle arriba, en el propio Sevillano, El 55, otro café particular, oferta leche malteada a 20 pesos y gigantescos vasos de batidos de frutas a 10 pesos. Quienes ganan 300 pesos al mes y solamente desayunan café ligado con chícharos y un trozo de pan sin nada, no pueden darse esos lujos

Ese segmento de la población marcha a sus centros laborales con la barriga vacía. A media mañana, si acaso, una grasienta fritura de harina, la opción más barata, a peso cada fritanga.

El almuerzo también depende del bolsillo. O lo que se pueda robar de su trabajo. El tentempié más consumido es pan con croqueta, a 5 pesos, o una pizza de 12 pesos.

Pero muchos sólo pueden otear la tablilla de los cafetines por cuenta propia, mover su cabeza de un lado a otro ante los elevados precios, y seguir de largo. O tomarse un refresco en polvo a dos pesos el vaso mediano. El recurso que les queda es rastrear por las cafeterías estatales.

Dependencias sucias, donde empleados desaliñados venden  una variedad de panes con muy mala pinta. Por 15 pesos, se pueden comer un ‘arroz frito’ coloreado con azúcar prieta quemada, en sustitución de la salsa china de soya.

Con 20 pesos, un trozo de pollo. Si la plata no alcanza, la solución más socorrida es zamparse un pan con picadillo a dos pesos. O con pasta de bocadito de sabor indefinido, a 1.50.

Ahora mismo, a la puertas del otoño, el dinero escasea para infinidad de habaneros. La gente anda con sus jabas de nailon o sus mochilas y con una calderilla en los bolsillos.

Cada día la vida es más cara. Y los salarios congelados en el tiempo. Para muchas familias, se ha convertido en tarea de titanes preparar a diario la merienda escolar de sus hijos.

Desde hace tiempo, el Estado dejó de darles meriendas a los alumnos en las escuelas primarias. Es asunto de los padres. Entonces usted verá a los chicos cargando con dos mochilas: una con libros y otra, más pequeña, con el refrigerio.

Los hijos de familias pobres y sin recursos meriendan pan con aceite y sal, mantequilla casera o croqueta de claria, en el mejor de los casos. A veces se van en blanco.

Los niños con padres que tienen moneda dura o parientes en el exterior, son afortunados. Pueden llevar pan con jamón o queso. Refresco enlatado o jugos de frutas. Hasta 6to. grado, si optan por el seminternado, tienen derecho a almorzar en la escuela.

El almuerzo suele ser un bodrio. En los comedores escolares siempre se bota una buena cantidad de comida. Los criadores urbanos pagan 40 pesos por una lata de ‘sancocho’  (desperdicios).

Cuando usted camina por las calles estrechas de cualquier barrio, observará un mar de tenderetes, tiendas, boutiques, cafés privados y estatales. Personas vendiendo papas fritas y rositas de maíz. Maní tostado y salado o garapiñado (con azúcar). Una legión de carritos de granizados. O de timbiriches ofertando papas rellenas, pan con lechón y helados caseros.

En este septiembre habanero, el problema no es la falta de sitios para comer. De lo que se trata es que muchos andan sin un peso. Con los bolsillos vacíos.

Iván García

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