Desde La Habana

«Batista le perdonó la vida a Fidel»

La entrevista a continuación se reproduce con el permiso de su autor, Juan Juan Almeida García. El 22 de marzo fue publicada en su blog, La voz del Morro (http://lavozdelmorro.wordpress.com/). «Es mucho más larga, le hice una visita de tres horas. Es un señor de 92 años, muy lúcido, que aún escribe para un periódico local en la ciudad donde reside», respondió Juan Juan en el correo donde autoriza su publicación en el blog Desde La Habana (TQ).

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Hay hombres que sin pretenderlo se convierten en parte o centro de una historia. Es el caso del General FranciscoTabernilla Dolz (http://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_Tabernilla_Dolz), Silito para familiares y amigos. Inicio la conversación preguntándole dónde nació.

-Yo nací en Guanabacoa la bella, chico. Allá viví un año y medio, luego nos mudamos para La Cabaña donde pertenecía mi padre, seguí  frecuentando Guanabacoa, nunca dejé de ir, allí vivía mi tío Marcelo, un hermano de papá. Ellos eran tres hermanos: Francisco, Carlos y Marcelo.

¿Cuándo ingresó a la vida militar?

-Te comentaba que cuando yo tenía un año y pico nos mudamos de Guanabacoa para La Cabaña, desde muy niño viví entre militares. Soy militar de nacimiento, y de vocación; pero oficialmente ingresé en la vida militar en 1937, el mismo año en que nació mi esposa.
-Mis hermanos se hicieron aviadores, pero a mí la aviación no se me daba, no me gustaba eso de andar en avión de aquí para allá. Si me dan una orden la ejecuto, pero no vuelo por gusto. Incluso aquí, me invitan a cada rato a pasear  y yo les digo que no….

¿Cómo recuerda ese viaje en avión, la última vez que salió de Cuba?

-Bueno, eso fue un proceso largo. El embajador americano le dijo a Fulgencio Batista que debía irse de Cuba y que los Estados Unidos no reconocerían el gobierno de Rivero Agüero. Batista solo aceptó; pero si él hubiese actuado como le correspondía a un Presidente, la gente lo hubiese apoyado y el ejército también, aunque muchos militares estaban disgustados porque cada vez que presentaban planes bien estudiados para acabar con Fidel, Batista los desestimaba.

-Era una cosa increíble, lo hacía por defender a Fidel. Claro, Batista no era un militar, ni de carrera, ni de pensamiento, él estaba en el ejército, era un sargento taquígrafo.

-El 2 de diciembre del 56, le llegó el radiograma del desembarco de Fidel Castro junto a un grupo de alrededor de 100 hombres. Nosotros nos enteramos incluso antes de desembarcar,  pudimos haber actuado. Para entonces yo era jefe de la división de infantería en la ciudad militar. Como a las 11 pregunté al CIM por Batista, me informaron que estaba comiendo en la casa del doctor García Monte.

-Allá fui, cuando llegué estaban jugando canasta Almirante, Rivero Agüero, García Monte, algunos más y Batista; él se me quedó mirando, le hablé sobre el desembarco y nuestra ausencia de reacción. Él me pidió discreción, me dijo: “Silito, hablemos sobre eso más tarde, no quiero que Martica (su esposa) se ponga nerviosa”. Al rato se levantó y pidió un mapa, le trajeron uno de la gasolinera Esso, lo abrió y acto seguido preguntó por dónde había sido el desembarco. Él no sabía nada de eso, propuso enviar cuarenta hombres. Era una absoluta locura, pero él se creía invencible.

Invencible, como cualquier dictador…

-Sí, invencible, Batista subestimó a Fidel Castro, o quizás le quería ayudar. El caso fue que con respeto le sugerí enviar dos mil hombres para acabar rápidamente con la incipiente insurrección, pero Batista contestó: “Oye Silito, tú estás loco, ¿tú no sabes que en la Sierra Maestra no hay quien viva?”

-Mira, él no tenía ni idea de lo que es lo militar. Después enviaron un batallón al mando del comandante Juan González. En Alegría de Pío el capitán Morelos Bravo tuvo contacto con quienes llamábamos “los rebeldes” en un cañaveral incendiado. Nunca he visto un cañaveral encendido, debe ser horrible.

Y caluroso.

-Imponente. Hubo bajas de ambas partes. Nuestras tropas se reagruparon para organizar la ofensiva final, pero el general Robaina llegó con instrucciones del presidente y ordenó regresar a La Habana. Dejar aquella situación en manos de la guardia rural, era otra tremenda locura. El comandante Juan González se insubordinó y fue sancionado por ello. Se puede decir que Fidel Castro llegó a la Sierra Maestra porque a Batista le dio la gana.

-Y no fueron pocas las veces que Batista le perdonó la vida a Fidel, todas esas decisiones fueron tomadas en mi despacho de Columbia, en la ciudad militar. Cualquier acción efectiva hubiese acabado esa guerra; pero aquello se extendía, era la de nunca acabar y las tropas estaban deseosas por terminar y regresar.  Batista tenía delirio de ser demócrata, aparentar lo que no era, por eso nunca se fotografiaba junto a ningún militar.
-Luego vino la campaña del periodista Herbert Matthews, primero entrevistó a Fidel Castro en la Sierra Maestra y después a Batista en Palacio. La publicidad de aquel encuentro, un poco manipulada, surtió un efecto importante sobre todo en los hombres de empresas. Se nombra jefe de operaciones al general Cantillo que elaboró un plan perfecto para acabar con Fidel, pero los mismos problemas que les ponía Batista a sus propios militares, lo llevaron a conspirar.

-Eso fue todo un proceso que, conociendo interioridades, terminó con los americanos tomando parte en el asunto. En noviembre del 58, el señor Powell se entrevistó con Batista. Después de esa reunión el propio Batista me dijo: “Oye Silito, cuando ese tipo me habló, me dieron ganas de entrarle a patadas”.

-Las cosas se fueron complicando, se acercaban las elecciones, y los americanos comenzaron a intervenir abiertamente a favor de Fidel Castro. Era una cosa increíble de la que podríamos hablar horas y horas. Nos quitaron hasta las armas y las tuvimos que comprar en República Dominicana. Cuando el embajador americano le dijo a Fulgencio Batista que debía irse de Cuba y que no reconocería el gobierno de Rivero Agüero, Batista  aceptó.

-Yo estaba en ciudad militar, serían quizás las 5 y 30 de una tarde algo aplomada cuando sonó mi teléfono y era Fulgencio Batista para preguntar por Cantillo. Yo llamé a la fuerza aérea y respondieron que Cantillo venía volando desde Santiago de Cuba y aterrizaría en Columbia aproximadamente en una hora. Se lo comenté a Batista y me dijo que en cuanto ese avión aterrizara, le ordenara a Cantillo reunirse con él en su casa a las 8 y 30 de la noche. Era aniversario de bodas de Cantillo, por eso se reunieron a las 10 y 30, y no a las 8 y 30 como anteriormente había ordenado. Cuando yo llegué a Kuquine (la finca de Batista) había varias personas. A las 10 y 30 llegó Cantillo, se encerraron en el despacho por 10 o 15 minutos.

-Cuando regresé a Columbia, yo iba con la orden de entregar la división bajo mi mando al general Cantillo (el que tiene esa división, tiene el control de Columbia). Yo había mandado a buscar a los principales oficiales. Hicimos el traspaso de mando, aquí tengo bien guardado como documento histórico el acto de mi renuncia.  Allí Cantillo nos informa que el presidente ha decidido dimitir para evitar un derramamiento de sangre. Unos se pusieron contentos pensando en el fin de la guerra; otros se pusieron tristes, avizorando quizás que vendría una guerra mucho más larga y peor.

-Regresé a la residencia y Batista estaba comiendo, terminó, le dijo al oficial de guardia que nos ordenara pasar. Entramos los generales, el capitán Martínez recogió los cuadros del salón y los partes de operaciones.  Los aviones estaban listos, nuestra ruta era volar hacia Daytona Beach; el destino de Batista lo decidiría él mismo durante el vuelo. Lo último que recuerdo de Cuba es que me monté en un avión, y con la misma pistola con que me monté en Columbia, aterricé en Jacksonville.

Y dígame General, ¿ha pensado en regresar?

-Sí, absolutamente sí, he pensado en regresar. Es lo que añora un cubano.

Juan Juan Almeida García

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