Desde La Habana

Ancianos habaneros a la deriva

A pesar de la artrosis y una ligera demencia senil, Demetrio, 76 años, cuatro noches a la semana hace guardias nocturnas en una escuela primaria. Los días libres se levanta antes de la 5 de la mañana para comprarle pan a varios dueños de cafeterías particulares.

Por las compras de pan le pagan 480 pesos al mes, que sumados a su salario de 280 pesos como custodio y su jubilación de 211 pesos, hace un total de 971 pesos mensuales. De esa cantidad coge 500 pesos, y en una Cadeca, Demetrio compra 20 pesos convertibles o cuc, al cambio de 25 pesos por uno. Con los cuc adquiere aceite, puré de tomate, jabón y otros artículos de primera necesidad.

Con el resto, 471 pesos, se las debe ingeniar para pagar la luz y alimentarse. Así y todo no hay manera que el viejo cargado de achaques pueda hacer dos comidas caliente al día. Ya el anciano no piensa en reparar su desvencijado apartamento. Ni en comprarse ropa ni zapatos. Viudo desde hace seis años, su misión es sobrevivir en las duras condiciones del socialismo verde olivo.

Lo que a él más le preocupa es poder cenar cada día cuatro platos: arroz, frijoles, ensalada o vianda y una proteína, sea huevo, pollo, carne de cerdo o claria. Antes de ir a la cama, le ruega al Señor que se lo lleve. Ya quiere estar junto a su esposa.

Al lado de Raudel, otro anciano habanero desamparado, Demetrio es ‘rico’. Raudel tiene 73 años y duerme donde le coja la noche: un parque, un portal o un edificio abandonado. Es parte de esa turba de vagabundos sin techo que la prensa oficial ignora.

El viejo Raudel es ‘buzo’, como le llaman a los que hurgan en contenedores y tanques de basura. Suele ‘bucear’ por el Reparto Sevillano. En un saco deshilachado y sucio recopila ‘pepinos’ (pomos plásticos de litro y medio) y botellas vacías de cristal. Un tipo dedicado a vender vinagre y concentrado de tomate le da un peso por cada envase.

En una buena jornada Raudel gana entre 50 o 60 pesos diarios. Suficiente para comer en algún cafetín particular una cajita de 30 pesos con arroz moro, vianda hervida y un trozo de carne de cerdo.

El resto de la plata lo gasta comprando el trago de los olvidados: ron casero elaborado a base de alcohol de cocina, filtrado en un serpentín con carbón industrial y mierda de caballo.

A veces la cena le sale gratis si ‘buceando’ en la basura, encuentra una lata de conserva con restos de comida. El ‘premio gordo’ es cuando halla un reloj despertador que funciona, placas de ordenadores o televisores y revistas extranjeras en buen estado. Conoce gente que esas cosas las pagan bastante bien.

Duerme entre seis y siete horas de un tirón en cualquier sitio. Tiende una colcha vieja y sucia, y a roncar, ebrio y sin bañarse. Lo peor de un sin techo cubano es cuando llega el frío o se acerca un ciclón. Entonces Raudel le paga 10 pesos al custodio de un garaje estatal para que lo deje dormir dentro de un camión ruso.

De salud, ni pregunten. Raudel no recuerda la última vez que contrajo un catarro. ¿El futuro? No se detiene a pensar en eso. Su futuro es el día a día. Que los tanques de basura tengan muchos pomos plásticos, buena cantidad de sobras de comida y que al negro Vicente no le falte ‘chispa de tren’ (ron barato) para vender. Lo demás es bobería.

Iván García

Foto: A la deriva en La Habana no sólo se ven hoy ancianos, también hombres y mujeres que no rebasan los 50 años, como este matrimonio fotografiado por Yuri Valle Roca en la céntrica esquina de 12 y 23, Vedado.

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