Desde La Habana

Aguador, oficio necesario en La Habana

Los aguateros no son un invento del estrafalario socialismo de Fidel Castro

En una libreta, Niosber anota el nombre de unos clientes de la barriada habanera y mayoritariamente negra de San Leopoldo, donde esa noche prestará servicio.

Niosber, se los presento, es aguador. Llegó a la capital hace 6 años, huyendo de la miseria rural y la falta de futuro en un caserío montañoso de Santiago de Cuba, a unos 900 kilómetros al este de La Habana.

“La vida familiar nuestra es un circulo vicioso. Antes del triunfo de la revolución, casi todos los parientes fueron cortadores de cañas y aguadores. Mi padre fue aguador, yo lo soy ahora y también lo es mi hijo mayor, de 23 años, que es mi ayudante”, señala, sentado en el portal de una bodega apuntalada, a tiro de piedra del malecón.

El sol veraniego calienta el asfalto. Es mediodía y la ciudad parece dormida. En un bar mustio y cochambroso, varios tipos beben ron barato y pendenciero.

El cantinero, con una estrujada camisa blanca, intenta ahuyentar el calor de espanto abanicándose con un trozo de cartón. Mata el tiempo rellenando el crucigrama de una revista.

Niosber aparca su carretón en la antesala del bar municipal y pide un doble de ron que bebe con parsimonia.

La carretilla es un armatoste primitivo con ruedas de cajas de bolas y dos tanques plásticos azules que alguna vez fueron de aceite vegetal, reciclados como depósitos de agua.

“En estos barrios duros de La Habana tienes que andar con cuatro ojos. Ya a un socio que también es aguador le robaron el carretón, para joderte o venderlo. Aquí cualquier cosa tiene valor. Un bicitaxi cuesta 200 cuc y una carretilla de cargar agua, fuerte y en buen estado, 40 cuc”, dice.

Niosber trabaja desde el amanecer. “A partir de las 5 o 6 de la mañana me llego con mi cachivache a un surtidor de agua que hay al costado del antiguo centro deportivo Portón, en el barrio de la Victoria. Cada día recorro casi tres kilómetros desde el solar donde vivo. Cuando regreso, ya con los dos tanques de 55 galones llenos, voy repartiendo el agua a mis clientes. Tengo más demanda que oferta”, apunta.

Le acompaña su hijo Yunier, de complexión maciza y amante al fisiculturismo. “Esta ‘pincha’ le sirve de training. En los ratos libres hace pesas en un gimnasio particular. A él solo le interesan los hierros y la ‘jama’: se come media cazuela de arroz y una tortilla de cuatro huevos. Pero es muy noble. No bebe ron ni fuma marihuana. Su sueño es competir internacionalmente”, señala Niosber, mientras su hijo carga cubos de agua hasta el tercer piso de un edificio de apartamentos aledaño al bar.

Los aguateros no son un invento del estrafalario socialismo de Fidel Castro. Fue un oficio muy popular en la España medieval. Actualmente se mantiene en Siria, Marruecos o Ecuador, donde se suministra agua a los transeúntes. En ciudades como Marrakech, ataviados con trajes tradicionales, se han convertido en una atracción turística.

En la Cuba republicana, los aguadores trabajaban en los cortes de caña y en el campo. En La Habana, a pesar de tener el Acueducto de Albear, considerado una de las mayores obras de ingeniería civil en la Isla, en algunos barrios, además de los aguateros, eran muy populares los neveros (vendedores de hielo), carboneros y afiladores de tijeras.

Por supuesto, en ninguna estadística seria de la época se clasificó a esos oficios informales como pequeñas empresas. Pero los tiempos cambian. Ahora, cualquier faena que permita buscarse la vida es etiquetada como ‘negocio’..

El Estado verde olivo ha incluido 201 de esos oficios en una lista de trabajos autorizados y les ha situado su gabela correspondiente. Niosber paga 65 pesos mensuales al fisco.

“Es poco. Y los inspectores no nos asedian. Recuerda que en La Habana existen más de 70 mil núcleos familiares que no tienen acceso al agua potable. Hay gente que no recibe ni pipas (carros cisternas). Yo creo que por eso nos dejan tranquilos. Tengo días de buscarme 400 pesos. Eso sí, termino hecho leña”, comenta Niosber.

Después de llenar recipientes de agua en cuarterías inmundas, edificios antiguos y casonas desvencijadas de barrios habaneros como San Leopoldo, Colón y Jesús María, Niosber aprovecha la tarde para descansar.

Luego, en la noche, comienza la segunda tanda.

Iván García

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